Alguna vez, ¿te has preguntado cómo repercute en tu salud mental lo que ves, lees y escuchas? ¿Has deseado no haber sido golpeado por esa imagen que se te quedó rondando en la cabeza provocándote angustia?
En la era de la elección, en la que puedes decidir entre miles de opciones de películas y series ya no hay pretexto para no cuidar tu higiene audiovisual.
A los datos me remito. En los resultados preliminares de un estudio que están desarrollando universidades estadounidenses se observó cómo durante la pandemia, aquellos que no seleccionaron con cuidado los contenidos que consumían (series, podcasts, películas, libros) tuvieron más propensión a desarrollar hábitos autodestructivos, sufrieron de ansiedad más a menudo, hubo más tasas de depresión e incluso ataques de pánico.
Así como nuestro cuerpo se convierte en lo que comemos, nuestros pensamientos se convierten en los estímulos con los que los alimentamos.
Es verdad que con la sobreinformación que tenemos puede ser agobiante elegir. Es agotador estar dos horas intentando encontrar la película divertida, la historia que nos ayude a relajarnos o aquello que nos permita encontrar el espacio para la reflexión. Pero tampoco hay pretexto porque es ahí en donde la figura del periodista especializado adquiere valor.
Tampoco se trata de encontrar la aguja en el pajar, sino de priorizar aquellas fuentes que intentan contarnos cómo son las cosas con objetividad y de ponerle freno al morbo que muchas veces nos lleva a encontrar esas imágenes adictivas, pero proporcionalmente nocivas.
¿Por qué poner en nuestra mente historias, modelos y situaciones que no nos aportan nada? ¿Por qué tenemos que exponernos sin filtro a toda la basura que nos venden?
No hay pretexto para no parar, cambiar el canal, la estación de radio o cerrar el libro cuando lo que nos está provocando no merece la pena.
Y ojo, que esto no quiere decir que haya que huir de piezas que nos confronten, sacudan, pongan el dedo en la llaga. También está bien que nos provoquen. De lo que hablo es de aquello que nos deja vacíos, que nos resta.
Tener una higiene audiovisual significa limpiarnos con regularidad de la toxicidad de los discursos que digerimos. Atrévete a dejar de seguir aquellas cuentas que ensombrecen tu día y te ponen de mal humor, elige tus fuentes, lee las noticias de los medios que consideras responsables y antes de dedicarle dos horas de tu tiempo a una película que encontraste por casualidad en tu plataforma favorita preocúpate por leer una critica o recomendación bien sustentada.
Estamos a un click de la información valiosa; está ahí, a veces escondida o sepultada pero que merece la pena encontrar y hacer habitual. Lo que piensas se conforma del entorno que te rodea y en un mundo en el que las pantallas han rebasado a nuestras conversaciones más vale que cuando pongas la atención en algo, merezca la pena.
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