En el ir y venir de la cobertura del Festival de Cannes, un periodista veterano en este tipo de eventos me envió el video de un influencer que cuestionaba la existencia de estas fiestas dedicadas a celebrar los filmes.

En su grabación, la persona se preguntaba qué caso tenía escuchar hablar de películas que el público tendrá que esperar muchos meses para ver, de directores desconocidos y de temas que se sienten lejanos porque hablan del futuro. Además, decía, que era una locura exponer a los periodistas a ver tres o cuatro películas al día porque su juicio se nublaba.

Lo cierto es que en los últimos 20 años, los Festivales de cine se han transformado a la par que la velocidad de las redes. Ha habido cambios sustanciales en su funcionamiento y estructura para evitar que se pierda la magia o que un director llegue a su estreno abatido porque ya se ha enterado que la crítica ha destrozado su filme antes de que pise la alfombra roja.

Para ello se han establecido protocolos y candados. Todo en un esfuerzo que cada vez sabe más a una lucha contra molinos de viento pues la hiperinformación y la rapidez con la que llega es imbatible.

Es verdad que no podemos resistirnos al cambio que trae la tecnología y que hay que aprender a navegar con las oportunidades que lleva consigo, como el de las nuevas plataformas que han abierto el abanico de producción y hecho a la industria crecer en muchos aspectos. Pero a la par hay que darle a las cosas y ocasiones su valor. Por ejemplo, a los festivales de cine.

Más allá de que en un tuit se pueda contar si gustó o no una película que nadie más ha visto todavía, la función principal de que existan estos eventos es la de lograr reunir en un punto del año y del globo a las mentes creativas más prodigiosas del planeta. Poner el marco teórico de los temas y las historias que están preocupando a los artistas, cuya sensibilidad siempre está varios pasos más allá de quienes estamos distraídos sobreviviendo al día a día.

Lograr que un director asiático converse con la mirada de un latinoamericano y descubra que a ambos les importa lo mismo desde sus distintas cosmovisiones es un intercambio único. El que se premie a una película determinada pone en el mapa conversaciones, ideas, impulsa y acelera cambios.

Es decir, que ver a este hervidero sólo desde el punto más básico, como un lugar para que los periodistas y la industria se indigesten de cine y lo presuman, es observar los árboles en lugar del bosque. Porque si nos quedamos con la realidad que nos da el mundo virtual, seguiremos provocando el desequilibrio en el que estamos: el de escuchar sólo un lado de la conversación: el de las personas y medios que seguimos y que responden a nuestros intereses y creencias.

Y es que, si hay un sitio en el que sigue habiendo debate, diversidad y en el que se defiende el amor y el odio ante una misma obra, es en los pasillos de estos certámenes. Mientras existan habrá un diálogo en el que se escuchen otras opiniones y formas de ver la vida. Algo que se ha perdido en otros rincones de nuestra cotidianeidad.

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