Llevo 14 años viviendo en Estados Unidos. En este tiempo me he acostumbrado a saludar sin besos, a hablar de las condiciones meteorológicas como método infalible para romper el hielo, a asistir y organizar fiestas con horario de inicio y final pero, sobre todo, me he creído aquello de que “el que la persigue la consigue”, porque aquí es verdad que, por lo general, el que se esfuerza, triunfa.
Pero a lo que no he podido acostumbrarme es al tema de la normalización del uso y portación de armas de fuego, como si se tratara de un accesorio más.
“Es una cuestión política”, me explican los conocedores.
“Hay muchos intereses económicos y ese derecho está en su Constitución”, insisten en un intento desesperado de que lo comprenda.
Lo cierto es que a mí sigue sin entrarme en la cabeza que una sociedad tan práctica e higiénica conviva y tolere con tanta soltura el acceso a estos peligrosos artefactos.
La primera vez que caí en cuenta de lo común que es tenerlos cerca fue cuando en una reunión en el colegio de mi hija, que en ese entonces tenía cinco años, la mamá de una niña que vendría a jugar a casa me preguntó si yo tenía pistolas.
“No te asustes”, me dijo cuando vio mi cara de horror, “los extranjeros no suelen comprarlas pero si la dejas ir a casa de un americano siempre pregúntale a los padres si tienen y explícaselo a tu hija porque es importante que los niños sepan qué hacer si las encuentran”.
Esta naturalidad para convivir con armas de fuego es la causante de tantas muertes.
Son bien conocidas las estadísticas de que las principales víctimas ocasionadas por los plomos en Estados Unidos no son las de la violencia sino menores que acceden a estas máquinas letales por error.
Podríamos escribir una lista sin fin de tragedias a la que ahora se suma la ocurrida en el set de filmación de la película Rust y que se cobró la vida de la directora de fotografía Halyna Hutchins y también, en gran medida, la de su actor y protagonista Alec Baldwin, porque quizá nunca logre superar este trauma, además de las consecuencias legales y profesionales que cargará.
El cómo y por qué ocurrió el accidente lo sabremos, o quizá no, según transcurran las investigaciones.
Pero lo que es inminente es la urgencia de que esta sociedad empiece a hacer conciencia de que crecer rodeados de artillería ni los hace más libres, ni los defiende mejor de los posibles enemigos, tampoco los mantiene seguros.
Normaliza lo que nunca podrá ser natural porque perderle el respeto a la muerte sólo puede traer una serie de consecuencias fatales.
Con todo este contexto es fácil conectar por qué es tan común que en los sets estadounidenses suela haber armas reales en los rodajes.
Se dice que se hace en búsqueda de lograr escenas más verídicas o también cuando en las películas sin tanto presupuesto no se pueden invertir fortunas en efectos especiales.
Lo cierto es que casos como éste demuestran las consecuencias que esta naturalización de las armas tiene.
Porque no se le puede echar toda la culpa a Baldwin.