Cannes demostró que lo que ocurre en un Festival es siempre impredecible, en un año en el que la participación de realizadores y talento mexicano fue la más baja en comparación con las últimas dos décadas y en el que nuestro país fue filmado desde la lupa de un director francés, Jacques Audiard, con un proyecto que se catalogaba como experimental.

Nadie esperó el tsunami que fue la cinta dramática musical que confirma que el arte es universal cuando se trata de temas humanos. Las personas salían maravilladas de encontrarse con una película que es tan auténtica y certera que había que leerle de nuevo el ADN para comprobar que la mayor parte se había rodado en París.

“Viene de mi relación esquizofrénica con México”, me explicó Audiard sobre cómo puede lograr acercarse a una realidad tan compleja y a las tantas heridas de nuestra tierra sin imprimirle la mirada del extranjero.

Lo mismo ocurre con las actrices, que en una danza conjunta logran mostrar lo que realmente representa Emilia. Cada personaje femenino muestra un lado de la esfera que se teje con el contexto histórico, social, político. Con las creencias de lo que debe ser el feminismo, con la violencia hacia ellas, con la fuerza que tienen en un país que las desgarra pero que las necesita para no desmoronarse.

En la película está también el canto de nuestra megalópolis, inabarcable e hipnótica a la vez. Emilia Pérez es una propuesta filosófica. En ella, Audiard nos dice que sólo habrá perdón y redención si lo más miserable, mezquino y vergonzoso de nuestra historia lo podemos comenzar a ver desde los ojos de la feminidad, cambiando la piel por una más vulnerable, más sabia. Para cerrar el círculo, la única actriz 100% mexicana, Adriana Paz, tiene el acierto de representar al latido de México, a las mujeres de a pie.

Y como ocurre en los festivales más importantes del mundo, siempre hay un tema que prima en el pozo de las historias. Este año fueron las mujeres. La declaración vino desde tener como Presidente del Jurado a la directora de Barbie, el filme con el que Greta Gerwig consiguió la película más taquillera de 2023 y que también le otorgó el primer puesto como realizadora americana en la historia del Festival francés. Anora, la película a la que le dieron la Palma de Oro, dirigida por Sean Baker, es una potente pieza en la que la protagonista, interpretada por Mikey Madison, es un torrente de fuerza y dignidad que camina bien erguida por el barro de las relaciones oprimidas por el dinero y el poder. Y qué decir de The substance, el premio a Mejor guión en el que la violencia hacia el cuerpo de la mujer es el eje de una propuesta gore y brutal, como la mirada que nosotras mismas a veces nos hacemos. En ella, la directora francesa, Coralie Fargeat, puso bajo los reflectores a Demi Moore, quien demostró que era la mejor para encarnar a la actriz de Hollywood sometida a la auto tiranía de la belleza y la trampa de la juventud.

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