Nos hemos vuelto seres hiperconectados y uber ocupados. Tanto, que a veces encontrar tiempo para el silencio parece tarea de titanes.

De hecho, el promedio en que los adultos ven las pantallas al día en México según el último estudio publicado este 2023 por Exploding Topics, con fuentes de DataReportal y Reuters, es de ocho horas con 55 minutos.

Con estos datos, no es extraño el por qué este año una de las historias más transgresoras y que caló con más profundidad entre los asistentes al Festival de Cannes fue la de los Perfect days que plasmó Wim Wenders con sutileza y pausa.

El director alemán, a sus 78 años parece haber encontrado el meollo de la felicidad y según su mirada, éste deseado elixir está en volver a construir nuestro día a día de pequeños detalles.

Así, Wenders nos mete en el mundo de Hirayama —el personaje interpretado por Koji Yakusho, que se llevó el Premio a Mejor actor en el festival galo—. Este hombre de mediana edad vive en un departamento mínimo y con lo indispensable en un barrio a las afueras de Tokio.

Eso sí, está rodeado de una colección de libros que lo arropa y a la que corresponde manteniéndola en orden. Lee a William Faulkner por las noches y los fines de semana compra un libro de segunda mano.

El otro gran placer del que sonríe el hombre es cuando riega sus plantas con mimo en las mañanas y suspira al mirar al cielo antes de subirse al coche para emprender el camino de todos los días: escuchar a sus cantantes favoritos de rock, como Lou Reed o Patti Smith.

A Hirayama lo vemos realizar la misma tarea con dignidad y empeño, pues es una persona que se toma muy en serio su trabajo de limpiador de baños públicos, tiene sus propios instrumentos de higiene y después de dejarlo todo impoluto, lo acompañamos a gozar su momento del lunch.

Ahí es cuando saca su sándwich y se sienta en el parque a observar a los árboles que fotografía cada jornada y cuyas imágenes, analógicas al igual que su música, selecciona después de revelarlas para guardar en una caja de recuerdos.

Poco sabemos del hombre que apenas habla, pero sonríe y observa mucho. Entendemos su felicidad porque nos transmite paz. Y eso le permite perdonar a los que aún no la han encontrado y comprender a los que creen que la tienen.

Un breve momento de la película nos deja asomarnos a su pasado e intuir que ese hombre culto y enigmático tuvo antes otra vida que se imagina tentadora, pero compleja. Y cuando nos vamos a enganchar en lo que no es esencial, Wenders nos rescata y nos empuja de nuevo a la rutina del protagonista.

Esa cadencia de pequeños actos nobles que conmueven más y más, porque mostrar una vida sencilla y plena hoy en día, se ha vuelto un acto radical. Un agravio a la forma apresurada de vivir el tiempo, una bofetada a los que no se detienen. Una receta simple y milenaria, que asusta.

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