El caso de Ellen DeGeneres —una de las presentadoras más amadas de EU que últimamente ha caído en desgracia tras las acusaciones de abusos, racismo y acoso en su famoso programa The Ellen DeGeneres show— ha sido uno de los más decepcionantes que han seguido los medios de todo el mundo del entretenimiento.

Lo que ha ocurrido dentro de su productora, en la que se suponía se creaba un proyecto cuya misión era generar felicidad es indignante.

Era una mujer que luchaba por la diversidad, una figura solidaria que actuaba como catalizador en la sociedad mega capitalista de EU y que salió con valentía del armario para abrirle camino a otras celebridades que temían hacerlo y que luchó por los derechos de la comunidad LGTB.

En los casi 17 años que duró su programa no hubo figura que no se sentara en su butaca de entrevistados: fue desde Barack Obama hasta Brad Pitt, pasando por otra de las mujeres más influyentes de América, Oprah Winfrey. La lista es infinita.

Pero no, resulta que todo era un espejismo, una perfecta maquinaria de mercadotecnia para crear el personaje de esta mujer humanitaria y cercana que generaba una fortuna con su show, cientos de empleos y de intereses, empezando por los de ella misma que con este personaje cobraba un sueldo de 50 millones de dólares anuales.

La realidad, se descubrió, es que tras bambalinas Ellen era una jefa prepotente, ambiciosa, caprichosa y abusiva.

Que sus empleados callaron durante mucho tiempo por miedo a las represalias y a que la opinión pública nunca hubiera querido creer la realidad, pues renunciar a lo que Ellen nos vendía es muy duro.

Darse cuenta de que esa persona que te hace reír y que el mundo parezca un poco más amable es mentira enoja porque quizá lo más grave de todo esto es la decepción que queda tras descubrir, otra vez más, que no podemos creer en nadie y que el final feliz no existe.

Por ello es que la posible renuncia de Ellen sabe a poco en medio de todo el escándalo, porque aunque haya un cierto dejo de justicia al saber que se tendrá que someter al escrutinio público, que perderá privilegios y que del amor pasará al odio como ha sucedido con tantas otras estrellas a quienes la verdad los ha alcanzado, el daño es irreparable porque el mensaje que ha dejado es el de que no existen las buenas intenciones en el mundo de los reflectores y nos quita el pequeño espacio que nos quedaba para darle cabida a la ingenuidad, a pensar que tal vez existía alguien que cuando todo se ponía oscuro, nos hacía reír y recordar que hay lugares felices. Que DeGeneres nos haya arrebatado a Ellen es imperdonable.

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