La temporada de ópera en el Teatro Real madrileño es un clásico. No sólo por los años que lleva haciendo resonar en su escenario líricas legendarias, sino también por el enclave en el que se encuentra, con el Palacio Real como telón de fondo. Las personas acuden con sus mejores galas. Las pieles que en otras ciudades pueden ser objeto de protestas, aquí pasan de generación en generación y se lucen con orgullo.

Abundan los tacones imposibles, los trajes de chaqueta y las joyas falsas o auténticas que es difícil diferenciar con la iluminación de los candiles. La importancia que se la da al evento transmite que por ahí no ha pasado el tiempo. Un engaño.

El Teatro Real es un ejemplo de vanguardia en cuanto a contenidos, prueba de ello es la arriesgada puesta en escena de Theodora, con música de Georg Friedich Händel, obra que se estrenó en el Covent Garden de Londres en 1750 y a la que el director musical Ivor Bolton y la directora de escena, Katie Mitchell, le han dado vuelta. La historia original de Thomas Morell ocurría en Antioquía en el siglo IV y esta nueva sucede en la actualidad.

El villano, Valens, ahora es un embajador romano cuyo estilo se acerca más al de cualquier oligarca ruso. Sus trabajadores, cristianos oprimidos, están representados en las personas de servicio que trabajan en esta peculiar Embajada. La tragedia comienza en la cocina industrial en la que la bella y pura Theodora intenta mantener su fe cristiana.

Ante el primer acto de rebelión, el poderoso decide darle un buen castigo a Theodora y mandarla a trabajar a un prostíbulo de lujo. Ahí, las chicas, que dan vueltas sensuales en los tubos, intentan que Theodora se resigne y aprenda del negocio.

Theodora se niega, su amado va a rescatarla, se cambia por ella (peluca rubia y vestido dorado incluido) y, cuando Valens se da cuenta del engaño, los condena a muerte, sus súbditos se rebelan y asesinan a los guaruras que custodian a Theodora y a su pretendiente. Cuando ambos son liberados, ella se ha transformado. La cadena de violencia vivida le ha quitado las creencias y el juicio, la mártir acaba verduga y mata al potentado. Incluso podría castigar a su enamorado.

Algunos críticos se llevan las manos a la cabeza con esta propuesta que nos cuenta lo mismo que hizo Händel hace casi 300 años. Lo cierto es que la obra está llena de sutilezas, de recursos cinematográficos (los actores incluso se mueven en slow motion en varias escenas). La música de la orquesta envuelve al espectador en un trance del que no se puede salir durante las tres horas y media que dura la experiencia. Al terminar, al público le duelen las manos de tanto aplaudir. Impresiona ver cómo, al final, no hemos cambiado y las tragedias de hoy son las mismas de siempre.

Únete a nuestro canal ¡EL UNIVERSAL ya está en Whatsapp!, desde tu dispositivo móvil entérate de las noticias más relevantes del día, artículos de opinión, entretenimiento, tendencias y más.
Google News

TEMAS RELACIONADOS