Este verano podremos ver las versiones opuestas del éxito. Dos historias que se tocan pero que al mismo tiempo son muy diferentes.
Por un lado, está la vida de Elvis, el Rey del Rock and Roll que fue devorado por su manager y las personas que lo rodeaban, aprisionándolo en una jaula de oro de la que nunca pudo salir.
Por el otro, está un documental bien plantado en la tierra, con personas a las que la fama les abrió un horizonte de posibilidades y les permitió construir sus sueños y los de su alrededor: se trata del filme centrado en Los Tigres del Norte, el grupo musical mexicano que rompió todos los esquemas y que dio identidad a las historias de la frontera, esas que suelen estar siempre estigmatizadas y permeadas por lo sórdido, ocultando lo cotidiano, los rostros y todas las anécdotas del día a día.
En Elvis, Baz Luhrmann se adentra a la profundidad del dolor y el vacío con el que se fue quedando la estrella cuando se encontró encarcelada en su propio talento, en las masas que nunca se saciaron, en la demanda constante e implacable del furor que generaba.
Es un filme opulento, desbordado, ensordecedor, como lo fue la propia vida del cantante y que te deja el corazón inquieto.
El día de su premier mundial en el Festival de Cannes otras figuras de la música miraban con empatía aquella historia de lo que significa tener tanto éxito y ser medido con lupa. Ahí estaban nada menos que Ricky Martin y Shakira, por mencionar a algunas de estas personalidades.
Yo me preguntaba, ¿en qué se identificarán? ¿A cuánto escrutinio se habrán sometido también? ¿Cuántas heridas tendrán? ¿Alguna vez se habrán sentido engullidos por los que los rodean? ¿Cuánto necesitarán de los escenarios para respirar?
Me consoló pensar que al igual que hay cientos de Elvis en el mundo también existen otras historias, las que sí cumplen con la versión más popular que nos han dado del triunfo y ahí entra la de Los Tigres del Norte: Historias que contar.
Mundos muy distintos pero paralelos porque si hay un grupo que ha llenado estadios, palenques y auditorios es éste. Pero la gran diferencia es la suerte. Elvis se encontró con el cliché: el manager abusivo, el padre cobarde, la madre ausente. El cóctel ideal para convertirse en una presa fácil al apagarse los reflectores.
La estrella del rock fue el proveedor absoluto de la receta contra la miseria de las vidas de su alrededor, mientras él se envenenaba de hastío. Algo que ni el amor de Priscilla o su hija pudieron evitar.
Por el contrario, los Tigres partían de una familia humilde pero sólida, una figura paterna fuerte, lazos bien cimentados y el arraigo a la tierra que los acompaña hasta sus letras más actuales.
Y es ahí en donde te das cuenta de lo que ocurre con estas grandes estrellas: no dejan de ser humanos con limitaciones y una sensibilidad frágil. Por ello el entorno es vital para los artistas, porque ahí es que se rompen o se engrandecen. Al igual que sucede con nosotros, los simples mortales.