Con el acecho de la inteligencia artificial, preocupa cómo cambiará la producción de ideas.

Lo que será irremplazable es la emoción que provoca la calidez humana del encuentro artístico que sólo medios como el teatro tienen. Y un concepto que no me canso de taladrar en la conciencia de los jóvenes, a quienes doy clases de periodismo en la Universidad de Montclair, en Nueva Jersey, es el de saber mirar con los lentes del análisis y encontrar cómo, en todo, incluyendo el entretenimiento, hay intereses y discursos que transforman sociedades.

En Estados Unidos, por ejemplo, es crucial el hecho de que según el censo de 2021 ya hay 62.1 millones de hispanos que se proyecta que para 2044 se convertirán en la principal minoría del país. Con esto en mente, las instituciones se preparan para aprovechar esta fuerza económica. Cátedras como Montclair están invirtiendo miles de dólares para educar profesionales bilingües, pues el castellano está cobrando una fuerza insólita.

Paradójicamente, aún cuesta trabajo encontrar manifestaciones artísticas en nuestro idioma, por ello es invaluable cuando el impulso creativo que la asimilación de la cultura anglosajona tiende a engullir, le es fiel al español. Y más cuando esto ocurre en los anodinos suburbios en donde la comodidad tiñe la rutina de una perfección frívola, hasta que los amantes del teatro le dan la vuelta a lo establecido y avivan la imaginación.

Me refiero a voces como las del grupo de argentinos enamorados de las tablas que lograron cimbrar a la comunidad latina de la ciudad de Greenwich en Connecticut. Puedo imaginar a esas mujeres expatriadas corriendo a sus ensayos nocturnos después de pasarse la tarde llevando y trayendo a sus hijos e hijas por las actividades extraescolares que llenan de furor y estrés estos entornos. O a esos padres que se dejan la piel desde que amanece hasta que el horario de la productividad les da tregua para poder acudir a su cita con la vocación.

Las cosquillas de la puesta a punto de una obra que lleva como título Pianta’o (un adjetivo o sustantivo que en el argot argentino se usa como sinónimo de chiflado o enajenado), pero en la que su escritora y una de las protagonistas, Trinidad Alcorta, no se ha despistado. Un libreto excelso, cuatro magníficos actores que además cantan y bailan, tres escenarios mínimos y la iluminación exacta, es lo único que se necesita para transportar al público por un torrente de emociones en las que no faltan las risas ni los nudos en las gargantas.

Estas personas crean comunidad a través del abrazo del arte. Sin darse cuenta, generan lazos entre quienes nos emocionamos con ellos en colectividad. Lograr esos momentos fugaces en donde una audiencia con el mismo idioma materno, pero con mochilas culturales tan diversas conecta, ríe y llora en compañía es un milagro, discreto, pero al fin y al cabo, milagro. Y hay que agradecer a quienes los provocan porque eso es lo que realmente hará que las minorías no sólo dejen de serlo, sino de sentirse como tales.

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