Un conocido periodista entrevista en vivo a una reportera desarrollada con inteligencia artificial para demostrar que la tecnología puede ser capaz de reemplazar ese oficio. El diario más leído de Nueva York publica un artículo acerca de cómo se están desarrollando programas expertos en crear guiones para series y películas en cuestión de minutos a través del cruce de información de sofisticadas bases de datos que poseen los intereses y perfiles de las audiencias.
¿El objetivo? Generar historias con precisión matemática para dar en el botón emocional adecuado. Con esto, las grandes productoras que se juegan millones de dólares al apostar por ideas arriesgadas se podrán ahorrar dolores de cabeza al saber que juegan al caballo ganador en la taquilla.
Al mismo tiempo en que esto ocurre, las personas de los suburbios de las grandes ciudades de Estados Unidos se suben a los trenes que los llevan a trabajar al corazón de las metrópolis uber modernas.
Durante el trayecto, tienen que enseñarle su ticket al revisor que lleva el uniforme cuyo estilo no ha cambiado en décadas. Su función es hacer un agujero en una tira de papel por cada pasajero que le muestra su recibo y ponérsela en la parte trasera de su asiento para confirmar el pago del peaje.
Nada de esto es la reseña de una película, sino la descripción de los últimos días. Mientras nos transportamos en vagones en los que gracias al poder de los sindicatos no han desaparecido los uniformados con su perforadora de cartón, hasta lo más humano es amenazado con un posible sustituto. Y es que la creatividad también quiere ser reemplazada por los algoritmos.
El hecho de intuir el poder que tienen millones de referencias bien configuradas y pulidas para vomitar relatos perfectos, asusta. Lo de que, “nadie es indispensable”, se puede aplicar en lo que era intocable: la imaginación.
Pero no nos engañemos, porque al final lo que es irremplazable es la conciencia. El hecho de saberte manipulado en los afectos por unos bites bien coordinados tiene su coste en la experiencia, pues habrá muchos a los que les conformará pasar el tiempo frente a la pantalla que elijan y que los cuentos les provoquen las emociones que han pedido en el menú. Pero para otros, nada se compara a percibir que quién te está contando algo, de verdad lo ha vivido, soñado, padecido. Como aquellos escritores que convierten a sus monstruos en aliados.
Comprender que en lo que estás viendo, hay un impulso artístico, es inigualable. Al igual que la empatía que se genera cuando escuchas a un reportero de carne y huesos al que también le importa lo que te está narrando. Con este panorama hay que defender esas profesiones que podrían quedarse obsoletas frente al poder de los circuitos. Porque así como el click de la máquina de un revisor dignifica y mantiene viva una fuente de trabajo, el no dejar de apostar por las ideas de las personas evitará que nos convirtamos en seres de plástico.