Desde que se creó el Festival de Cannes , sus líderes han tenido algo muy claro: no les gusta que el mundo les dicte las reglas. Ellos son quienes las imponen. Y es que la competencia cinematográfica francesa fue una atinada y necesaria reacción a Venecia, la más antigua del mundo.
Todo explotó cuando en 1938 los jurados de la Mostra cambiaron a sus ganadores unas horas antes de que se anunciaran los trofeos para favorecer un documental de propaganda nazi por la presión que Hitler y Mussolini ejercieron sobre ellos.
El historiador y diplomático francés que se encontraba ahí, Philippe Erlanger, en shock con el resultado, comenzó a pensar que era urgente organizar un festival libre cuyo único ideal fuera el arte. La propuesta rápidamente llegó a París, al Ministro de Educación de la época, Jean Zay, quien también tenía la cosquilla de hacer un evento cultural que le diera batalla a Venecia. La idea se hizo oficial un año después.
Con esa determinación nació el Festival Internacional de Cannes, cuyo enclave se ha ido enriqueciendo y transformando a lo largo de sus 75 años. La organización ha pasado por baches: la Segunda Guerra Mundial, las revueltas de 1968, la cancelación en 2020 por el Covid-19 ... También ha provocado escándalos por las películas que ha elegido.
A mí me gusta el ejemplo de cómo en 1960 “La dolce vita”, de Federico Fellini, era considerada pornográfica por algunas personas y que la Iglesia la consideró tan inapropiada que amenazó con excomulgar a quien la viera.
Tampoco podemos olvidar a Viridiana, de Luis Buñuel, una película que Franco censuró en España pero que Buñuel y sus productores lograron enviar a Cannes de forma clandestina logrando una Palma de Oro que enfureció al dictador.
Los teatros de esa orilla del Mediterráneo han experimentado con todo. Por eso se les exige alto voltaje. La edición 75 está bien calculada en el tablero de ajedrez, aunque su jugada es arriesgada, pues la tentación a la que no han querido arrojarse se llama streaming. Una cuestionada y debatible resistencia que ya les ha hecho perder grandes obras y cedérselas a Venecia como Roma, de Alfonso Cuarón , entre otras. En contraparte, la apuesta los ha llevado a descubrir joyas como Parasite.
En esta ocasión, se ha priorizado hasta las últimas consecuencias el grito desesperado de plantarse en sus principios y decir que si no es en la gran pantalla, las películas no pueden competir por su codiciado premio. Sí que habrá estrellas mediáticas y se planea que desfilen muchos rostros conocidos por sus escaleras rojas. Serán aquellos que por rendirse a sus pies hayan decidido presentar sus obras fuera de competencia o porque no han firmado acuerdos con alguna plataforma… todavía.
Por ahora, la moneda está en el aire y no sabemos el rumbo que tomará. Este certamen confía en que la historia siempre le ha dado la razón, pero también es verdad que en esas mismas páginas se han visto caer imperios. ¿En qué momento estamos? Aún no lo sabemos. Mientras tanto, que comience el show.