Mi abuelo me repetía una frase que me llevó mucho tiempo entender: “Si lo que sé ahora con mis años, lo hubiera sabido a tu edad...”

Cuánta verdad tenía, pues con la madurez he comprendido que todos los seres humanos cargamos nuestro saco de miserias y que al final lo que nos mueve para hacer las cosas es algo tan esencial como el sentirnos amados y aceptados pero también, que nos hemos convertido en los adultos que somos por todos los estímulos y discursos de nuestro alrededor, gran parte de ellos equivocados y nocivos.

Quizá por eso el documental Framing Britney, del New York Times, que muestra la vida de Britney Spears, ha causado tanto revuelo y sacudido tantas conciencias, incluida la de Justin Timberlake, o por lo menos así lo hizo parecer con sus disculpas públicas hacia la estrella desde su cuenta de Instagram.

Y es que la generación que crecimos con la música y el abdomen perfecto de Britney Spears nos creímos la idea de que la teen más deseada del planeta era muy pero muy feliz.

También compramos la teoría de que después había enloquecido.

“Tanta fama y tanto desmadre no son buenos”, se repetía en las reuniones, haciendo eco de lo que los medios nos mostraban.

La ceguera que da el ser parte del problema no nos dejó ver todo lo que había alrededor y de lo que éramos cómplices: de una sociedad misógina y despiadada, de un mecanismo de privilegios que se sigue replicando en el mundo de los escenarios y en el cotidiano.

Indigna saber que Justin Timberlake se aprovechó de su ruptura con Britney para monetizar y catapultar su carrera.

O que lo único que le importaba saber de Spears a los periodistas era si a ella le gustaba enseñar sus pechos.

En el documental se muestra lo vergonzoso de un sistema en el que el hecho de ser mujer siempre te pondrá en desventaja.

Lo alarmante es que sigue sucediendo, de forma tan asumida, que a veces ni siquiera nos damos cuenta.

El filme también explica cómo esta estrella, de 39 años, que aún es capaz de generar millones de dólares, está bajo la tutela de su padre y una serie de personas no elegidas por ella que controlan cada uno de sus pasos.

Una decisión avalada por un juez que la deja desvalida y con acceso a menos de 2% de lo que su talento genera.

Este es un caso que toca un punto muy sensible en la sociedad, el de por qué seguimos permitiendo que los hombres tengan más privilegios que las mujeres. Por qué a ellos se les perdona todo mientras que a nosotras se nos juzga con la vara más estricta.

Por eso, liberar a Britney de ese secuestro disfrazado nos da la sensación de que no sólo estamos salvando a una estrella del pop en desgracia sino ayudando a desmantelar una pequeña parte de la misoginia que por lo general triunfa y se ve reflejada en la cotidianidad desde la injusta repartición de las tareas en casa, el techo de cristal o la diferencia de salarios según el género en el ámbito laboral, hasta lo más extremo: que violadores, asesinos y delincuentes lleguen al poder.

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