Hace unos días tuve la oportunidad de ir a una escuela secundaria en la ciudad de Stamford a la que me invitaron para hablar de mi profesión como periodista a los estudiantes en una feria de carreras en la que diferentes padres contaban a esos chicos con cara de desconcierto lo que hacían para vivir.

Me preparé con emoción para decorar mi stand de forma atractiva y que motivara a los adolescentes en búsqueda a venir a hablar conmigo.

Llevé libros, pósters, gadgets y me vestí con una gran sonrisa. A mí lado izquierdo estaba un policía que era un antiguo financiero de Wall Street, “que ganaba mucho dinero pero estaba muerto de aburrimiento”, me contó el padre de tres hijos que un día decidió cambiar radicalmente de profesión. “Ahora soy muy feliz, pero me llevó 20 años atreverme a hacer lo que quería”, remató.

A mi lado derecho tenía a un saxofonista. Su stand estaba lleno de partituras y la pieza estelar era el instrumento.

La amiga que me invitó a la charla merece mención especial, pues es una artista plástica que “además vende”, algo que me aseguró con alivio cuando terminamos la feria.

Y es que todo suena ideal hasta aquí ¿verdad? Pero lo cierto es que esto de buscar los sueños y elegir lo que te hace feliz en un mundo capitalista no es tan sencillo. Puedo decir que durante la hora y media que estuvimos ahí, los niños que se acercaban y miraban con curiosidad a quienes ofrecíamos profesiones no tan “rentables” tenían una sola preocupación en sus mentes: “¿Y se puede vivir bien de esto?” Esa fue la pregunta que me hicieron una y otra vez aquellos jóvenes a quienes les han hecho creer que lo importante es encontrar algo que te deje dinero.

“¿A qué te refieres con vivir bien?” Respondía yo. Entonces empezaba mi discurso de que lo fundamental es encontrar algo que te apasione, levantarte todos los días para hacer lo que disfrutas y que además te paguen por hacerlo es el máximo triunfo que una persona puede experimentar. Es una serie de pequeños días a días que te van construyendo una vida y un futuro feliz.

Por eso es clave no matar ese impulso, esa punzada que te dice hacia dónde te quieres dirigir, pese a todo el ruido que hay alrededor.

En esas estaba cuando un profesor del colegio se acerco a mí en una pausa, me dio una palmada en la espalda y me dijo “te felicito por seguir haciendo periodismo cuando ya nadie lo quiere hacer”. Con esta frase me dio en donde más me dolía y resumió la tristeza que siento al ver cómo una profesión tan necesaria, tan vocacional y tan hermosa, está tan devaluada.

Entonces empecé a ver la realidad. Después de venir a escucharme los niños acababan pasando la mayor parte del tiempo en los otros stands, en los de profesiones que parecen tener un cheque más potente asegurado.

Estaba atrapada en esos pensamientos cuando llego una niña, con su libreta de mariposas, sus gafas rojas y su curiosidad. “¿Te gusta escribir?” Le pregunté. “¡Me fascina!”, respondió. Y se quedó conmigo en el stand.

Google News

TEMAS RELACIONADOS