Trump es “mucho ruido y pocas nueces”. “Al final, la economía va bien y el país funciona”. Son las dos frases que más escuché en los últimos cuatro años de amigos o conocidos que no se atrevían a declararse a favor de Trump porque no era lo políticamente correcto pero que tampoco condenaban sus acciones, porque creían que el que estuviera en el poder alguien como él les convenía.
Una falacia en la mayoría de los casos porque no son ni millonarios ni personas con puestos políticos cuyo trabajo dependiera de defender lo indefendible pero en cuya fantasía trumpista cayeron como tantos millones de personas.
La falsa idea de pagar menos impuestos o de tener más trabajos basura pero que mueven la economía o ver a Trump como el único capaz de detener el creciente poder de los chinos minimizaba cualquier argumento ético en contra de las acciones del peligroso fenómeno que se gestaba día a día.
Y así es como no sólo los creadores de Trump y sus seguidores directos lo fortalecieron sino también una gran parte de la tibia sociedad civil alimentó al monstruo al que se le permitió todo durante mucho tiempo.
Y aquellos que gritábamos que las formas sí importan, que cada tuit violento era gasolina para el odio, que las mentiras de tanto repetirse no se convierten en verdad parecíamos puristas ingenuos incapaces de entender el juego del capitalismo y de la economía.
Poco a poco surgió Trumpkenstein, un monstruo que al principio le funcionaba a sus creadores y se aprovechaban de sus manotazos y torpezas. Que a muchos les hacía gracia. Al que los medios y las redes sociales no le dieron voz sino un amplificador desproporcionado que lo llevó al poder y luego continuaron siendo eco de sus gritos.
Por esto las imágenes del 6 de enero del asalto al Capitolio impactan, pero no sorprenden.
Son un shock esperado, inevitable. En el fondo a nadie asombra que el monstruo se haya vuelto incontrolable, hace tiempo que cobró vida propia.
En las últimas horas no he dejado de leer comparaciones con películas o series de tv. Que si parece que estamos en Jurassic Park, que si urge que Terminator venga a salvarnos, bromeando con el hecho de que precisamente Arnold Schwarzenegger es uno de los pocos republicanos que le plantó cara a Trump varias veces, que si Los Simpson ya se habían imaginado esto también o cómo el filme National treasure, de Nicolas Cage, tiene similitudes con lo ocurrido.
Eso es lo maravilloso del arte y de la historia, que si te asomas un poco a lo que ya alguien se ha imaginado o a lo que ha ocurrido en el pasado sabrás que nada es nuevo. Si aún no queda claro ahí tienen a su creación: su Trumpkenstein. Lo peligroso es que esto no es un reality show.