Al terminar cada Festival de los “gordos” —sí, de los que tienen el privilegio de elegir qué grandes obras y de qué autores hacer gala en sus salas, como lo son Cannes o Venecia— me gusta indagar y encontrar en cuáles fueron las preocupaciones e ideas en común que traen los cineastas más visionarios.
Venecia llegó arrasadora. Comenzando con Poor things, en la que Yorgos Lanthimos nos trajo un filme electrizante que plantea qué pasaría con nosotros si no existieran los cánones y reglas sociales, si mantendríamos el espíritu libre con el que nacemos, sin distraernos con lo exuberante de la envoltura fantástica que implica ver a una Emma Stone (Bella Baxter) pletórica y altamente sexual y lo avasallador del personaje de Mark Rufalo (Duncan) se puede decir que el corazón de este largometraje es eso: la comunicación limpia y sin artificios, la experimentación libre de los deseos, sin ataduras ni juicios.
Y, mientras Lanthimos —con un León de Oro bajo el brazo— mira a la humanidad en su aspecto comunitario, Pedro Almodóvar con su Extraña forma de vida se aproxima al amor y a la sexualidad sutil y pausada, algo sorpresivo en su carrera de gran provocador.
Pero no es que Pedro haya cambiado, sino que según afirma, cree que hoy lo más inquietante está en lo que no se ve pues las redes sociales nos tienen sobre expuestos. Por ello, muy al estilo de las películas de los años 50 en las que todo se decía con miradas, Almodóvar cimbra con su western en el que dos cowboys (Pedro Pascal y Ethan Hawke) se desean.
Para seguir con el círculo está Wim Wenders y su Perfect days, película con la que ganó el Premio Ecuménico del Festival de Cannes y que es la nominada por Japón en la carrera hacia los Oscar. Una obra bellísima en la que Wenders parece haber encontrado el meollo de la felicidad. A sus 78 años, el director alemán nos dice que este elixir proviene de volver a construir una vida con pequeños momentos. Así, nos mete en el día a día de Hirayama (Koji Yakusho), quien habita un pequeño departamento a las afueras de Tokio y se dedica a la limpieza de los baños públicos de la ciudad.
Wenders nos deja delicados rastros para intuir que Hirayama decidió abandonar una existencia llena de ruido y lujos, pero la devoción con la que riega sus plantas cada mañana, la alegría de escuchar a Lou Reed y Patti Smith mientras navega por el tráfico, la soledad apaciguada por la lectura de Faulkner y la apreciación de los árboles que lo rodean mientras come su almuerzo en el parque apaciguan su alma.
Volviendo a Japón, este Venecia, Ryusuke Hamaguchi (Drive my car) también nos trajo una historia en la que la naturaleza y el impacto en su entorno y en las relaciones está en el centro con Evil does not exist.
Así, entre ambos Festivales, este año tenemos un buen mapa de hacia dónde hay que mirar en estos tiempos en el que los seres humanos estamos más despistados que nunca. Parece sencillo, pero volver a los pilares básicos del espíritu se ha vuelto lo más radical.