Todas las miradas del mundo cinematográfico esperaban con ansia ver las primeras imágenes de la Muestra veneciana, el festival más antiguo del planeta, cuya edición número 77 es un milagro que se esté celebrando estos días.

Mascarillas obligatorias, geles desinfectantes por doquier, asientos en las salas de proyección reservados con antelación a través de una app para que se mantengan las distancias de seguridad y cientos de periodistas que no pudieron viajar y ser acreditados para cubrir esta edición como me ocurrió a mí, que después de 20 años siendo testigo de esta Mostra, no se me permite la entrada a Italia por vivir en Estados Unidos y estar considerado uno de los países con más alto riesgo de Covid19.

Algo impensable cuando el corazón de los festivales internacionales es precisamente la multiculturalidad.

Los festivales son el lugar en el que se reúnen personas de todo el mundo para embarcarse juntas durante los días en el que el sitio común es la butaca de las grandes salas en las que las historias unen a todos los que ahí nos congregamos para contarle al mundo en qué están pensando los creadores, qué nuevas formas de narrar se han explorado, qué cuentos nos sacudieron y qué nos sigue emocionando.

El muro de la alfombra roja
El muro de la alfombra roja

Y es que ver las filas para entrar a la proyección de la nueva película de Almodóvar casi vacías, el Palazzo del Cinema con eco el día de la inauguración o la alfombra roja bordeada por un gran muro para evitar que los curiosos y fans se aglomeren ahí para saludar a sus estrellas es una metáfora de lo que nos ha traído la pandemia: lo inimaginable.

Pero, como bien declaró en el arranque de la Muestra Cate Blanchett, la actriz australiana que este año funge como presidenta del Jurado más femenino en la historia veneciana: “Contra viento y marea, contra el virus y con mascarilla, la Mostra más antigua del mundo sigue viva y estamos aquí”.

Y es que este año no se trata de ver grandes estrellas desfilar por la alfombra roja, ni siquiera de las películas que compiten sino de salvar el cine, las salas, el acto comunitario de experimentar arte juntos, de lograr que una industria que está en plena transformación logre sobrevivir a esta crisis sin precedentes que no vio venir porque sus batallas estaban centradas en lograr movilizar a las personas a las salas que de forma inesperada se tuvieron que cerrar.

El que siga habiendo un festival que se haya levantado las enaguas de sus 77 años de experiencia y prestigio, y logrado adaptarse a los tiempos que corren, en realidad se trata de que ese gran muro en la alfombra roja de Venecia que hoy divide a la gran audiencia de la experiencia cinematográfica no se quede instalado para siempre en nuestras mentes.

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