Cada año los festivales de cine más importantes del mundo, entre los que destaca Cannes, se convierten en un microcosmos en el que se puede sentir el pulso de la actualidad.
El mundo está cansado del Covid, del confinamiento y de las mascarillas y eso se reflejó en un festival en el que el virus acechó siempre pero apenas y se mencionó en la dirección del Festival.
“Aquí hablamos de cine, no de Covid”, respondió una agente de prensa de la institución cuando un colega le preguntó por las cifras de contagios. Y es que la alfombra roja de la Riviera francesa tuvo un cometido claro: olvidar que el peligro existía.
Se creó una realidad paralela en la que las estrellas desfilaban desplegando todo su glamour al ritmo de músicas festivas que intentaron crear un clima de, “aquí no pasa nada” que contrastó con la carpa que sólo a unos metros de distancia testeaba a los asistentes con PCRs cada 48 horas.
El festival gastó más de un millón de dólares en pruebas con las que se examinaron a un aproximado de 28 mil participantes para lograr que la fiesta se realizara.
Y hubo casos positivos, sí, pero de ellos no se habló. Eran un tabú, algo de lo que no se quiso saber porque el show debía de continuar y más valía que los aguafiestas que lo amenazaban permanecieran en silencio, confinados en sus hoteles sin asomar las narices al Olimpo del cine.
Un Olimpo que este año fue muy femenino, pues también fue el Cannes de lo histórico. Empezando porque la Palma de Oro la ganó una directora, la francesa Julia Ducournau, algo que no ocurría desde que en 1993 la obtuvo Jane Campion por El Piano. También porque el Jurado estuvo conformado en su mayoría por mujeres y porque su presidente, Spike Lee, fue el primer afroamericano en ostentar ese honor y provocar la ceremonia de clausura más caótica nunca vista al revelar el máximo premio al comenzar la entrega.
Tampoco faltaron las mujeres mexicanas como directoras, protagonistas y contenido, pues si de algo habló el cine de México fue de cómo es crecer siendo mujer en una sociedad en la que el fuego cruzado entre el narcotráfico y el crimen organizado alcanza a todos, pero sobre todo, a ellas.
Así nos pinta el mundo según el Cannes del Covid: con un virus que ya no queremos ver pero que sigue ahí, con las mujeres como centros de historias que esperamos no tener que seguir contando y con un presente en el que todo lo conocido se está transformando como lo propone la cinta ganadora que puso a Cannes de cabeza con su discurso de la disolución de los géneros. Mientras tanto, que la banda siga tocando, como lo hacía en el Castillo de Cannes en su tradicional comida con el Jurado y la prensa en la que el Alcalde de la ciudad invita a más de mil personas a probar las delicias provenzales.
Desde el Castillo se ve la Riviera azul, majestuosa, con sus cientos de hoteles de lujo y de medio pelo, desde cuyas ventanas muchos de asistentes contagiados observaban ese mundo paralelo al virus en el que en teoría, no pasaba nada.