Los pactos de género existentes en nuestra sociedad parten de la base de que hombres y mujeres tenemos roles, funciones y espacios asociados a la identidad que nos hacen estereotipadamente más aptos para un trabajo u otro. Estos trabajos se valoran, se pagan y se le asignan poderes diferentes, tanto en la esfera pública como en la privada. Es decir, nuestra sociedad segmenta, jerarquiza y valora por sexo. Este modelo no ha sido excepción en tiempos de Covid-19, ya que la desigualdad no solo se sigue perpetuando, sino que se está profundizando al punto correr el riesgo de un retroceso en los derechos alcanzados por las mujeres, agudizándose particularmente en lo referido al rol de los cuidados de las mujeres.
Esta pandemia nos vuelve a recordar lo que el patriarcado nos ha dicho toda la vida: “quédate en casa”. Porque esta frase ha sido la estrategia histórica e ideológica para reducirnos y mantenernos en el mundo de lo privado.
En tiempos de Covid-19, ha quedado en evidencia que el hogar es el espacio más flexible y con mayor capacidad de adaptación para asumir todo lo que antes de la cuarentena asociábamos al espacio público. Además del trabajo doméstico, reproductivo y el cuidado de niñas/os, adultas/os mayores y personas enfermas, ahora también se ejerce el trabajo remunerado, la educación, la socialización y la protección de la vida. Este conjunto de nuevas actividades se realizan en un contexto de confinamiento, en el que la familia convive las 24 horas en una dinámica distinta, pero donde los roles mandatorios y estereotipados permanecen intactos y se profundizan. El rol de cuidado, asumido principalmente por las mujeres, ha aumentado y profundizado los desequilibrios existentes en la distribución del uso del tiempo, que pre Covid-19 ya era casi el triple para las mujeres en relación con los hombres. Esta situación se agrava si las mujeres deben conciliarlo con el trabajo remunerado que hacen bajo el concepto de teletrabajo. No es inusual escuchar las realidades y necesidades de niños/as en medio de reuniones virtuales o que se interrumpa la virtualidad laboral por alguna demanda doméstica. Estas dinámicas diarias han visibilizado el trabajo de cuidado que realizan las mujeres para la sociedad; sin embargo, no se ha traducido en políticas públicas, ni en motivo de una reflexión especial en los centros políticos de abordaje de la crisis. Esta invisibilización tampoco es casual, dado que hay pocas mujeres invitadas a los espacios de decisiones para empujar estas agendas y poder incidir en las realidades que las impactan diferenciadamente a las mujeres.
Es cuidado debe ser parte del mainstreaming de los procesos de mitigación y recuperación de la crisis. Es urgente el diseño de políticas sobre corresponsabilidad del cuidado que promueva la participación de forma igualitaria de hombres y mujeres en las tareas del hogar, medidas de flexibilidad laboral que incluyan a los hombres, iniciativas que busquen el empoderamiento económico de las mujeres y su participación en el mercado laboral, y contar con herramientas integrales y efectivas para frenar la violencia que se ha exacerbado durante la pandemia. Es el momento para que los Estados asuman que existe una crisis de los cuidados y, en consecuencia, considerarlo como un servicio esencial, con aumento de cobertura progresiva hasta llegar a su universalidad.
Se requieren nuevos pactos de género para que la nueva realidad permita que las mujeres puedan reinsertarse en la sociedad en igualdad de condiciones. Es claro entonces que, sin la corresponsabilidad del cuidado resuelta, el “quédate en casa” durante la etapa de recuperación post pandemia podría implicar retrocesos enormes en la vida, oportunidades y derechos de las mujeres. No podemos permitir que la crisis del Covid-19 signifique un retroceso en los derechos alcanzados por las mujeres.
Secretaria Ejecutiva de la Comisión Interamericana de Mujeres (CIM), Organización de los Estados Americanos (OEA)