A propósito del estreno en cines de La Sustancia el reciente 19 de septiembre de la realizadora francesa Coralie Fargeat, se agregó al catálogo de la plataforma de streaming MUBI, Reality+ (2014), cortometraje que serviría no sólo como prefacio de la cinta una década después, sino también en el existir tangible y la interacción dentro del metaverso.

Metaverso, concepto acuñado en 1992 por el escritor estadounidense Neal Stephenson en su novela Snow Crash donde describió un espacio virtual que convergía con la realidad, en el que para acceder a este mundo era necesario el uso de unas gafas que dan acceso al mundo virtual por medio de un avatar con el que poder interactuar con libertad en ese espacio.

Vincent (Vincent Columbe, Aurélien Muller) y Stella (Vanessa Hessler, Aurélia Poirier), ambos por medio de la implantación de un chip, pueden disfrutar de su apariencia soñada con los miembros de Reality+ por un plazo de 12 horas, situación que más adelante buscarán hackear para que esa nueva apariencia prevalezca 24/7.

Durante los veintidós minutos de este cortometraje, Coralie pronosticó los riesgos de la obsesión por la apariencia física que han mutado a causa de los llamados filtros que se nos facilitan -puesto ahora vienen por default en las herramientas de la cámara de los smartphones-, y ni hablar en la actualidad que dentro de Instagram y TikTok, donde creadores de contenido han reforzado estos cánones de belleza, provocando que los filtros, que resultando insuficientes, se anteponga la opción de las cirugías estéticas –claro, no al alcance de todos– dando como resultado la perpetuación de lo igual; enalteciendo la simetría y segregando lo diferente, lo único; repercutiendo directamente como nos vinculamos con los otros, pues se ha ido desvaneciendo el interés por lo real y se prioriza lo superficial.

¿Qué tanto merece la pena vivir bajo estas máscaras? ¿Qué tanta de la interacción entre individuos se está disolviendo?

En los últimos minutos, Vincent y Stella tienen un despertar ante este panóptico digital, pues lo que inició como un disfrute de enmascararse bajo un superyó, se convierte de a poco en su cárcel, pues, tarde que temprano vuelven a ser esos sujetos de carne y hueso, imperfectos, comunes.

La tecnología y con ello, los juegos de simulación han avanzado a pasos agigantados, en Ready Player One (Steven Spielberg, 2018) donde la premisa era que en el año 2045 como forma de paliar la nada en el planeta era OASIS, un mundo virtual en el que era posible interactuar por medio de cascos VR.

Ahora mismo se encuentra en desarrollo InZOI, un juego de simulación creado por la compañía surcoreana Krafton que será lanzado oficialmente a finales de este año; entregando a los internautas un mundo lleno de posibilidades; vivir una vida casi que de ensueño: nivel de contaminación, estación del año, nivel de criminalidad y la formación de una familia son algunos de los elementos que se podrá personalizar a gusto de cada quien.

¿Qué hay o dejó de haber en este mundo para sucumbir a una realidad ficticia? ¿Es que ya parece insoportable cohabitar en la tierra?

El metaverso nos ha alcanzado y con ello un nosotros ha ido mermando a un yo, un yo que se tiene que moldear para gustar.

El miedo a ser lastimado, miedo a ser rechazado, a vulnerarse y no cumplir con los estándares provoca son algunas de las tantas razones por las que actualmente se busca la virtualidad.

¿Llegará un momento en que, exhaustos de vivir entre engaños; aterrados como Vincent, de que lleguen a descubrir su verdadera identidad, la posmodernidad reformule cómo es que los vínculos –ahora llamados conexiones– se han ido deformando a tal punto de perder toda libertad y regresar a otras formas de relacionarse?

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