Todas las formas de violencia tienen altos costos sociales , económicos y humanos, pero una de las modalidades más frecuentes es la que se produce en el ámbito familiar, delito que, de manera lamentable, lejos de frenarse mantiene una tendencia ascendente; de enero a mayo del presente año, se han registrado 110 mil 138 casos y el año pasado, con 253 mil 736 casos, fue el segundo ilícito de mayor concurrencia en México, en el que el 80.4 por ciento de las victimas fueron mujeres.

De acuerdo con estadísticas del Censo Nacional de Procuración de Justicia Estatal 2021, del Instituto Nacional de Estadística y Geografía (INEGI), el año pasado la violencia familiar, fue el segundo ilícito con mayor número de denuncias, sólo por debajo del robo, lo que es resultado y reflejo de la normalización y aceptación social de la violencia de género .

Es el resultado de los estereotipos arraigados, al preconcebir o insistir en que las niñas, adolescentes y mujeres asuman cierto papel o rol por virtud de su género, a costa de su identidad o proyecto de vida, lo que trae como consecuencias ideologías equivocas y perjudiciales hacia la estructura social.

Es la falta de empatía social, las condiciones socioculturales que descalifican de manera sistemática la credibilidad de las niñas, adolescentes y mujeres, a quienes incluso se les carga la responsabilidad ante ciertas situaciones, lo que conlleva a que la violencia hacia las mujeres se minimice, se normalice.

Debemos tener presente que la violencia contra las mujeres nace a partir de un desequilibrio entre la fuerza masculina y la femenina y al interior del hogar este desequilibrio de fuerzas se manifiesta como violencia económica, psicológica, emocional, física y sexual. Todas, debilitan y lastiman profundamente, no solo a las mujeres sino a sus hijas e hijos.

En un estudio realizado en la ciudad de Monterrey, Nuevo León, por la Organización Mundial de la Salud, el 50 por ciento de las mujeres maltratadas dijeron que sus hijos presenciaban habitualmente la violencia. En diversos estudios se señala que los hijos que presencian la violencia en casa presentan mayor riesgo de sufrir una amplia gama de problemas emocionales y de conducta; tiene secuelas para toda su vida.

El abuso que sufren hoy niños y niñas probablemente se trasladará a una futura violencia en las familias que esos niños formarán. Estudios sugieren que niñas que han sufrido violencia familiar, tienen mayores probabilidades de sufrir violencia en la edad adulta, mientras que los hijos, probablemente serán los futuros agresores en su familia.

La violencia familiar es un fenómeno aceptado como un acto tolerado socialmente, puesto que se asume que ciertas situaciones o prácticas son normales, ésto a su vez propicia impunidad y fomenta la repetición de hechos.

Debemos desterrar de nuestro léxico el “calladita te ves más bonita” y “una buena madre lo da todo por los hijos”, porque son prejuicios que se replican de generación en generación y reproducen el problema.

Es tiempo de sacar a la luz pública lo que desde la infancia nos enseñaron a callar: que lo doméstico y lo familiar pertenecen a lo privado y se quedan encerrados dentro de las paredes de la casa, en la intimidad.

Si bien en muchas familias hay una sana intimidad, no podemos negar que vivimos una enfermedad social aterradora, la violencia familiar, por ello, es algo que debemos hablar, nombrar y reconocer, porque de lo contario la invisibilizamos, la ocultamos y la negamos permitiendo su perpetuidad.

Maestra en políticas públicas  
@Ale_BarralesM 


 

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