Desde hace décadas, la violencia en contra de las mujeres es una pandemia a la que no se ha logrado frenar pese a los esfuerzos incluso de organismos internacionales, por el contrario, crece de manera alarmante tanto en cifras, cuanto en el grado de violencia con que se les arrebata la vida a las niñas, adolescentes y mujeres a lo largo del territorio nacional.
Hace apenas unos meses, nos provocó horror, dolor y rabia el feminicidio de Ingrid Escamilla. Fue desollada y asesinada por su pareja en su hogar, localizado en el centro de la Ciudad de México.
El 25 de mayo pasado, conocimos el feminicidio de Diana Carolina Raygosa en Tepic, Nayarit; estudiante universitaria de 21 años a la que su primo, Víctor Emmanuel N, le arrebató la vida, de 39 puñaladas, en su casa.
Es el contexto de violencia que se vive en hogares de este país, ahí está presente, las estadísticas oficiales lo confirman.
En el mes de abril, el 911 atendió en promedio 37.3 llamadas diarias relacionadas con incidentes de violencia contra la mujer, fueron un total de 21 mil 722 durante ese mes.
La titular del Instituto Nacional de las Mujeres, en una reunión con legisladoras, reconoció que en 2016, del total de llamadas al 911, el 10 por ciento eran procedentes; en 2020, el porcentaje de llamadas procedentes, creció al 24 por ciento.
Nos encontramos en una situación de emergencia y es lanzada una campaña para promover el uso del 911, cuyo mensaje antiguo pareciera llamar a las mujeres a guardar silencio, a normalizar las violencias, a que las mujeres no alcen la voz.
El mensaje que da a las mujeres que viven violencia, es que cuenten hasta 10, que tengan paciencia de una situación de riesgo, cuando no se puede hablar de paciencia en una situación en la que la integridad, incluso la vida de esa mujer, de esa adolescente o de esa niña está en riesgo.
Resulta lamentable que esta campaña lleve nuevamente a centrar las soluciones de las violencias en el hogar dentro de lo privado, dándole la responsabilidad a la mujer.
Es desatinado el mensaje porque naturaliza las violencias y las trata como una situación emocional. Debemos dejar claro que la violencia es una acto consciente, donde puede haber un control, porque se elige sobre quién se es violento y, lo sabemos, se es violento sobre una persona con quien se tiene una relación de desigualdad, de poder, económica y/o emocional.
Por eso el “respira y deja de ser violento”, es no reconocer que ser una persona violenta es una elección consciente, no es una elección que viene como un abrupto emocional. Es un acto consciente que el agresor tiene que trabajar y que tiene que deconstruir.
La campaña Cuenta hasta 10 está realizada con buena intención, pero no refleja la realidad de las mujeres víctimas de violencia. Las violencias son delitos y no tienen por qué relacionarlos con “contar hasta 10”.
Se requiere una campaña que visibilice las diferentes violencias de que, hoy en día, son víctimas las niñas, adolescentes y mujeres, que, además, fomente la cultura de la denuncia y una cultura donde se reconozca la obligación del Estado de garantizar la seguridad de las mujeres.
La pandemia de las violencias en contra de las niñas, adolescentes y mujeres exige políticas públicas, en las que se vea a las mujeres como sujetas de derechos y no solamente como víctimas, que sean respaldadas con presupuestos que garanticen un compromiso fundamental a las mujeres, su derecho a vivir libres de violencia.
Maestra en políticas públicas.
(@Ale_BarralesM