Cuando se empieza a aprender sobre economía a nivel profesional uno de los primeros temas que se enseñan es sobre el Homo economicus, un supuesto de trabajo que presenta a un hombre que busca alcanzar su máxima satisfacción a través del menor costo posible tomando decisiones racionales en el uso de sus recursos escasos. De igual forma también se presenta el modelo de Robinson Crusoe que para estudiar la economía de la forma más simple posible elimina cualquier elemento externo al trabajo, incluyendo aquellos fundamentales para la vida como las acciones del cuidado doméstico.
Resulta interesante que en ambos casos sean seres carentes de necesidades emocionales o físicas diferentes a las que proporcionan los bienes de mercado. En ambos escenarios estos buscan alcanzar su máximo nivel de comodidad a través de procesos productivos sin que intervenga ningún otro factor. Es evidente que se trata de simplificaciones de la realidad, pero también son una excelente forma de comprender cómo es que se ve el mundo desde la óptica ortodoxa que domina nuestro sistema económico y político.
El ser humano no es un robot ajeno a necesidades emocionales, tampoco actúa en virtud de un juicio racional, como ya ha sido demostrado por una gran cantidad de especialistas en estos temas. Pero, igualmente se ha colado el cuento de que nuestros intereses particulares deben estar por encima de los colectivos, que nadie nos va a cuidar y que nosotros saldríamos perdiendo si nos preocupamos por un tercero.
Pero ¿qué pasa cuando nos preguntamos de dónde sale todo el trabajo que ha permitido a este Homo economicus y a Robinson Crusoe dedicarse a sus labores productivas? Entonces nos topamos con el supuesto de que las labores domésticas no son trabajo, son consustanciales a las mujeres y, por lo tanto, no cuentan en el modelo económico.
No es algo menor, para el análisis económico y político, la labor de cuidado viene asociada irremediablemente a la reproducción. Las mujeres que tienen hijos están obligadas a cuidarlos, protegerlos y garantizar acceso a todos los recursos disponibles para aliviar sus necesidades hasta que estos sean independientes y se puedan integrar al proceso productivo, sin que ello les garantice ningún beneficio a éstas, “se hace por amor”.
Esta labor de cuidado y protección no reproduce al capital, por lo tanto, no genera ingreso alguno, por ello se considera oficialmente al trabajo no pagado, siendo excluido e invisibilizado. Sin embargo, si no se realizara, si las mujeres abandonaran a sus hijos a su suerte o si fueran los varones quienes estuvieran obligados a realizar las labores domésticas, ¿cómo cambiaría el paradigma económico moderno?
Es fundamental recapacitar sobre la forma en que el sistema productivo funciona, no se trata de mercantilizar las labores domésticas, sino de hacer conciencia sobre la precariedad que enfrentamos las mujeres de forma específica ante la ausencia de políticas e instituciones que busquen resolver esta exclusión y que solamente nos ve como figuras de reproducción y crianza.
Profesora Investigadora de la Universidad Autónoma Metropolitana y presidenta de la Sociedad Mesoamericana y del Caribe de Economía Ecológica.
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