Saludé a Ifigenia Martínez en 2017, cuando la Coordinación de Humanidades de la Universidad Nacional Autónoma de México organizó un homenaje a Porfirio Muñoz Ledo. También estuvo presente el ingeniero Cuauhtémoc Cárdenas.

Recordé que unos treinta años atrás, hacia 1986, 1987, esas y otras personalidades habían puesto en marcha el cumplimiento de un viejo pronóstico: se auguró que el fin del régimen de partido hegemónico, casi único, daría inicio cuando se produjera una escisión de figuras relevantes y de instancias que las apoyaran o se sintieran representadas por ellas.

El auditorio Justo Sierra de la Universidad enmarcaba algunas de las escenas de esa escisión mediante foros y diálogos donde también escuché a Adolfo Aguilar Zínser y a Arnoldo Martínez Verdugo, ex candidato a la Presidencia de la República.

Yo era estudiante de Maestría y quería doctorarme en Alemania y me daba tiempo para asistir en vivo –en “tiempo real”, decimos hoy– a un momento que prefiguraba por fin cambios muy importantes en la conformación de la vida pública mexicana.

Creo haber escuchado que el currículum vitae más breve es el más grande, seguro, contundente e inobjetable: menos en más, diría –según entiendo– el budismo. Picasso, Da Vinci, Cervantes, Shakespeare, Sor Juana son a la vez nombres y síntesis de una vida, de una visión, de una obra. Basta decir esos nombres para que se nos despliegue ante los ojos del entendimiento una activa comprensión del cosmos.

Difícilmente habrá otra Ifigenia en nuestra escena política. Hay, eso sí, una Ifigenia en nuestras letras: se trata de la Ifigenia que Alfonso Reyes rescató de la mitología griega y de Eurípides para ajustar cuentas con el pasado de la familia Reyes –el padre Bernardo, el hermano Rodolfo, sobre todo– y con la violencia imperante en el país y el mundo.

“Todo lo real es sacrificial”, nos dice René Girard, citado por Carlos Mendoza Álvarez. La mitología griega nos prodiga evidencias que probarían esta fuerte aseveración.

El prólogo de Carlos Montemayor a la edición del poema de Reyes en la colección Material de Lectura de la Universidad nos va señalando las diferencias entre la Ifigenia del mito y la Ifigenia de Reyes. En efecto, un mito es un relato que se repite con variaciones; tenemos el esbozo de un mito como relato fundador o compensatorio o estabilizador y en todo caso sintético, simbólico, allí donde mucha gente se pone a repetir una historia a lo largo del tiempo y la va afinando y puliendo mediante variaciones.

Reyes quiso darle otra salida al bárbaro sacrificio de la Ifigenia griega; “el punto central del poema”, nos dice Montemayor, es la manera como la Ifigenia del poeta mexicano “llega a ser libre”.

Cierta etimología nos avisa que ‘Ifigenia’ significa ‘mujer de raza fuerte’. (Creo percibir en el nombre una similitud con ‘Eugenia’, ‘la bien nacida’; ambos nombres se relacionarían con ‘génesis’, ‘género’, incluso, si mal no recuerdo, con ‘geo’ o ‘geos’.)

Fuertes personalidades han sido la Ifigenia de Eurípides, la Ifigenia de Reyes y la Ifigenia que este martes 1 de octubre entregó la banda tricolor a la nueva Presidenta de la República, la doctora Claudia Sheinbaum Pardo.

Pienso que el mayor homenaje a una universitaria con tantos logros será apoyar la concreción y el énfasis que la Presidenta Sheinbaum puso en la educación y la salud durante su discurso de toma de posesión.

Universitaria, sí: no olvidemos que Ifigenia Martínez fue directora de la Facultad de Economía (entonces Escuela Nacional de Economía) y que en 1968 se opuso a la ocupación de Ciudad Universitaria por fuerzas ajenas a la autonomía de nuestra Alma Mater.

En esos años también históricos confluyeron dos vertientes centrales en la vida de Ifigenia Martínez: el esfuerzo cotidiano por la educación y la decisión de responder de modo público a todo aquello que se volvía asunto precisamente público.

“Esfuerzo cotidiano”, sí. La Presidenta de la República sintetizó su propia trayectoria como científica y mujer de fe. Mucha ciencia y mucha fe (confianza, convicción) en nuestro futuro seguiremos necesitando para que el país no se rezague en la vertiginosa carrera económica y política del siglo xxi.

El mayor tributo a Ifigenia Martínez y a tantas y tantas personas que han dado su vida por la educación y por el mejoramiento de la escena pública, será sin duda poner un granito de arena cada día en la educación de los cerca de treinta millones de “educandos” en nuestro país.

El bono demográfico del que se habló a principios de este siglo no ha desaparecido del todo: la niñez, la adolescencia y la juventud siguen siendo el máximo patrimonio de México.

Universidades, centros, institutos, escuelas, colegios: hoy contamos con un sistema educativo de magnitudes equiparables al sistema de salud.

Mucho se ha hecho, mucho se hace y mucho queda por hacerse en ambos sistemas, auténticos pilares de una democracia sana y de la viabilidad del país frente a retos tan aparatosos como la violencia y como la insuficiencia de recursos ante tantos desafíos.

España y México se codean como potencias mundiales: se mueven entre los lugares doce y trece de acuerdo a distintos parámetros.

España cuenta con 48 millones de habitantes. México se acerca a los 130. Una tarea ingente consiste en preparar a nuestras nuevas generaciones de modo que el bono demográfico se canjee por un crecimiento que se vuelva desarrollo sostenido y sustentable.

En todas las ecuaciones para la generación de riqueza, la educación y la salud son pivotes, núcleos, ejes, motores a corto, mediano y largo plazos.

En 1986 se veían lejanísimos 2018, 2024, 2030, si es que se veían. Recuerdo una ironía frente a quienes se salían de las zonas más o menos confortables del partido hegemónico para emprender una difícil renovación de la vida pública:

––Bueno, llegarán al poder dentro de seis sexenios.

La broma se volvió profecía.

El mundo antiguo otorgó un relieve central a las profecías. Casandra es la personificación más grande de un relato con muchas variaciones, cuyo núcleo aun así permanece intacto: Casandra predice perfectamente el futuro, pero está condenada a que nadie le crea. Por eso Fernando Solana Olivares ha descrito a Greta Thunberg como la Casandra de nuestro tiempo.

El discurso de la doctora Sheinbaum ha puesto asimismo énfasis en la atención a la emergencia climática. A fin de cuentas, los elementos centrales se reúnen: educación, salud, atención a la emergencia de la Casa Común (y la Casa Común debería ser Causa Común).

Mientras más educación, más riqueza social y cultural, más salud tengamos, más posibilidades concretas de vencer la emergencia climática tendremos. Otorguémosle más atención, en fin, a Casandra, liberándola de su condena.

La decisión de la Presidenta de crear una Secretaría y de confiar la conducción de la misma a la doctora Rosaura Ruiz es un paso importantísimo, que resuelve preocupaciones antiguas en la comunidad universitaria. La doctora Ruiz ha sido, como Ifigenia Martínez, directora de una instancia universitaria y puede hacer un papel determinante en los próximos años.

“Grito que nadie lanzó”, dice Reyes de su Ifigenia: su sufrimiento, de tan grande y tan poco escuchado, se despersonaliza, se generaliza, se hace común y aun así corre el riesgo de desconectarse de sus consecuencias.

Marlene Rall hablaba del clamor por la educación, en respuesta al grito opuesto: el clamor por la desescolarización.

Un país sin escolarización es un país sin futuro.

Estoy seguro de que se está escuchando el grito por una escolaridad y una salud plenas.

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