El sexenio agoniza.
Como ya veíamos en una entrega anterior, se cumplen quince sexenios completos, y esto es un mérito del país y sus instituciones.
A cada presidente le ha correspondido ser ex presidente, puesto que ha concluido su período íntegro.
El titular del primer sexenio, Lázaro Cárdenas (1934-1940), fue ex mandatario durante casi treinta años: cinco términos presidenciales, esto es, cinco años de ex presidente por cada año de presidente. Tuvo tiempo para reflexionar y para advertir cómo se matizaba su obra: por ejemplo, en cuanto se refería a la educación socialista, o bien se mantenía: por ejemplo, en cuanto se refirió a Petróleos Mexicanos, símbolo por años de la Revolución y uno de los motores de la economía mexicana.
Cárdenas se dio tiempo para pasar a la poesía: Pablo Neruda lo llamó “Presidente de América” en su Canto general (1950). También fue un factor de estabilidad institucional cuando alguien sugirió una prórroga al sexenio de Miguel Alemán (1946-1952). Y apoyó a la Revolución cubana, que en 1959 parecía ser una versión renovada de la mexicana; en ese contexto Cárdenas respaldó hacia 1961 un movimiento que podría verse como una prefiguración de las disidencias de 1987-1988, cuando se produjo la primera escisión relevante en el hegemónico Partido Revolucionario Institucional, con participación del hijo del general, el ingeniero Cuauhtémoc Cárdenas.
(Nacido en 1934, el ingeniero ha vivido los quince sexenios: noventa años.).
Miguel Alemán y Lázaro Cárdenas llegaron jóvenes a la Presidencia de la República. Alemán fue ex presidente por casi 31 años. Carlos Salinas de Gortari lo ha sido por treinta años: también llegó joven.
Ahora bien, hasta ahora es Luis Echeverría quien más ha sido ex presidente: 46 años, esto es, casi ocho años de ex presidente por cada uno de presidente. Ha sido, la suya, la ex presidencia más accidentada: recordemos que hace unos dos decenios se le siguió un juicio e incluso se le sometió a cierta privación de la libertad por sus innegables responsabilidades en las matanzas del 2 de octubre de 1968 y del 10 de junio de 1971.
En 2021 se le vio por Ciudad Universitaria, sentado en espera de que se le aplicara la segunda dosis de la vacuna contra covid, ya a sus 99 años.
Debo a la generosidad del doctor Alejandro Sacbé Shuttera Pérez el conocimiento de El arte de la biografía (México: Universidad Iberoamericana, 2007), de François Dosse.
Entre las muchísimas reflexiones sugestivas que voy encontrando, descubro estas líneas del irónico Voltaire, hacia 1735: “Llamo grandes hombres a todos aquellos que han descollado en lo útil o en lo agradable. [Otros] […] no son más que héroes” (p. 150).
De los ex presidentes podemos recordar las obras que han resultado útiles. El propio Echeverría dejó instituciones hoy aún funcionales, como el (entonces) Consejo Nacional de Ciencia y Tecnología y el Instituto Nacional de Fomento a la Vivienda.
Alemán edificó Ciudad Universitaria en la Ciudad de México.
Manuel Ávila Camacho (1940-1946, con apenas nueve años como ex presidente) creó El Colegio Nacional y el Instituto Mexicano del Seguro Social.
Dosse nos va presentando los perfiles más adecuados para sus gobernantes y sus grandes hombres (hoy podemos hablar de “grandes personas” si alguien considera que “grandes hombres” es una expresión reductiva y excluyente).
Una concepción de la historia y de la biografía –nos dice Dosse– juzga que una gran personalidad entiende muy bien su tiempo y lo supera. Deja un legado sólido y perdurable.
De ese modo, el “ex” se supera mediante el legado: Petróleos Mexicanos anda cumpliendo 86 años; Ciudad Universitaria, 70 de haber abierto sus puertas (ya en el sexenio de Adolfo Ruiz Cortines, 1952-1958); aquel Consejo y aquel Instituto, medio siglo.
(Por cierto, no se necesita ser presidente para dejar un legado público: pensemos en los 103 años de la Secretaría de Educación Pública, del lema y el escudo universitarios y de la Escuela de Verano, todo ello por obra de José Vasconcelos en unos cuantos meses de 1921. Los cuatro persisten.)
Los patrones para juzgar las edades van cambiando conforme aumentan las expectativas de vida: hoy no juzgaríamos anciano a Ruiz Cortines cuando llegó a la Presidencia. Lo hizo a los 62 años (el actual Mandatario llegó a los 65). Su ex presidencia duró quince años (dos sexenios y medio) y estuvo marcada por la muerte de su hijo Adolfo Ruiz Carrillo y por la separación de su cónyuge. Fueron famosas sus partidas de dominó con amigos en La Parroquia de la natal Veracruz.
Con menos años llegaron a la Presidencia Adolfo López Mateos (1958-1964) y Gustavo Díaz Ordaz (1964-1970) y aun así tuvieron un lapso como ex mandatarios mucho más breves: López Mateos, presidente a los 49, fue ex presidente apenas cinco años (la ex presidencia más breve de las quince); Díaz Ordaz, presidente a los 53, no alcanzó los nueve de ex presidente.
Ambos estaban enfermos. López Mateos debió tener problemas de circulación sanguínea, de presión arterial y seguramente de presión política, que ya le causaban auténticas migrañas como presidente y que le provocaron un aneurisma a los apenas 57 años. (Existe la hipótesis de que la causa de sus problemas cerebrales fue un brutal golpe en la cabeza cuando era apoyo de primera fila en la campaña presidencial de José Vasconcelos en 1929.)
Díaz Ordaz debió enfermar (tal vez) del hígado; murió a los 68, en olor de soledad.
Algún apunte biográfico nos cuenta que López Mateos ganó en 1929 uno de los concursos de oratoria que El Universal organizaba desde 1926. En una época en que se valoraba el poder persuasivo de un buen discurso, se enfrentó a jóvenes de talento. (Recordemos que La sombra del Caudillo, publicada por aquellos años, incluye una escena donde jóvenes políticos como Ignacio Aguirre compiten una noche por su talento oratorio.)
Grandes personalidades: eso necesita cualquier gobierno, nos dice aquella visión expuesta por Dosse. Y, ya lo vemos, el legado vivo es un indicador sólido de grandeza, una medición o métrica válida de perduración, más allá de todas las opiniones. López Mateos creó el Instituto de Seguridad Social al Servicio de los Trabajadores del Estado (el issste) y nacionalizó la industria eléctrica; sin duda, ello no nos compensa por la represión de ferrocarrileros y de maestros y por el incalificable asesinato del líder morelense Rubén Jaramillo en 1962. ¿Esta violencia de Estado se fraguó desde la Secretaría de Gobernación, en manos de Díaz Ordaz?