Se antoja leer las Olimpiadas con los ojos de la economía y la geopolítica contemporáneas.
A la manera de Susan Sontag, que vio en ciertas enfermedades el signo de cada época, y de Roland Barthes, que vio mitos y mitologías en prácticas cotidianas, podemos advertir en las habilidades de cada deporte olímpico un indicio de las aptitudes que le gustan a la economía de nuestros años. Y a la política.
Diversos deportes convergen en el respeto a la velocidad. Después de todo, una de las carreras estelares de los Juegos, el Maratón, delata su origen práctico y político: según un mito –esto es, según una historia que se repite mucho con variantes libres–, un mensajero griego tuvo como obra de su vida correr 40 kilómetros entre Maratón y Atenas y dar la noticia de una victoria en el campo de batalla. Y después se desplomó.
La velocidad ha sido siempre una clave de las estrategias militares. Desde hace tiempo es también fundamentalísima para las estrategias de producción y distribución de bienes.
La exactitud de los movimientos corporales en todos los deportes parece una metáfora de la exactitud de los movimientos comerciales en una época en que los embarques de insumos deben llegar a su destino con una precisión cronométrica a fin de evitar gastos extras. (La coincidencia de las Olimpiadas con el cierre de la autopista México – Puebla por un lapso podría enseñarnos algo acerca de posibles desajustes entre los símbolos y la realidad.)
Nuestra época tiene fama de individualista. Pero no puede librarse de la participación colectiva. De hecho, en el genio individual convergen distintos tipos de organización.
Y los Juegos Olímpicos muestran la alternancia de participaciones individuales (con equipos de apoyo tras bambalinas) y de participaciones en equipo.
El nado sincronizado, heroico y ejemplar por parte de jóvenes compatriotas, nos habla de un largo proceso en la creación de deportes olímpicos: atletismo y natación responden a necesidades básicas de la especie, propias de la sobrevivencia y la subsistencia: correr y nadar para salvarnos y para alimentarnos.
Del nado más elemental, llamado “libre” en español, se llega con los años a la danza dentro del agua. Y en grupo.
Esta estilización es una metáfora de un proceso milenario que ha marcado a la especie humana: hemos ido de lo básico a elaboraciones que nos hablan del tránsito desde lo natural (o al menos elemental) hasta lo cultural.
(Algunas “batallas culturales” tienen con trasfondo la tensión entre lo básico –visto como natural– y lo elaborado –visto como cultural.)
Si se nos preguntara por el deporte preciso por excelencia, tal vez pensaríamos en tiro con arco o con pistola. Un tirador turco se llevó palmas porque él sí dio la imagen de un lobo solitario, práctico y económico en sus gestos y sus aditamentos frente a híper tecnologías como la china en muchas competencias. (Durante una entrevista resaltó el trabajo de equipo.)
Tristemente la precisión en el tiro de pistola es una de las necesidades de las sociedades desde que se inventaron las armas de fuego. Ojalá no existieran. Alguna vez escribí que don Quijote (en la España de 1605-1615 y desde entonces) y el duque de Essex (en la Inglaterra de 1599) no eran ingenuos al querer batallar con lanzas; simplemente querían ahorrarnos la falta de caballerosidad y de valentía de las armas de fuego; querían ahorrarnos Verdun, Auschwitz, Hiroshima y las muertes de los Kennedy, Martin Luther King, John Lennon, Luis Donaldo Colosio, Anna Politkóvskaya y tantas otras personas, sin el duelo cara a cara como en los torneos medievales que el personaje de Cervantes se empeñaba en revivir.
Pues bien, tan precisos como el tiro con arco o pistola son los demás deportes.
Los Juegos Olímpicos y los campeonatos mundiales son una fiesta de la precisión. Por ejemplo, entre un genio futbolístico y un simple jugador rutinario existen técnicas, escuelas, principios y valores como la paciencia y la disciplina, la constancia.
La sociedad contemporánea nos exige precisión olímpica en buena parte de nuestros actos, sobre todo los laborales. Y ya rumbo al trabajo debemos manejar y caminar con exactitud si queremos eludir los peligros de la calle.
Tanto para las Olimpiadas como para la vida social, la velocidad y la exactitud se enmarcan en una buena organización. De hecho, las numerosas acciones organizativas de unas Olimpiadas podrían ser consideradas en sí mismas un deporte olímpico de alta precisión.
Las recientes Olimpiadas parisinas fueron un éxito de organización. Por eso es una lástima que la nota en la ceremonia inaugural fuera una notoria falta de respeto por parte de unas personas a los símbolos que son fundamentales para otras personas. Los símbolos son poderosísimas cargas anímicas colectivas, son puntos de encuentro, hoy más que nunca necesarios en épocas en que el individualismo y el aislamiento provocan distorsiones y daños a la vida social. La historia nos enseña que el respeto a los símbolos propios y a los ajenos es una condición para la paz.
Y, a propósito de organización, el futbol mexicano profesional varonil es una de las mejores organizaciones en el mundo. Tiene misión y visión. Tiene el propósito de que Brasil y sobre todo Argentina sigan siendo potencias. Y si nuestro futbol puede apoyar a Colombia y a Ecuador y ahora incluso a Venezuela, también respaldará a esas naciones hermanas en sus respectivos caminos hacia nuevos éxitos deportivos.
En todo caso, la política, conductora de la sociedad, debe ser la disciplina más precisa para una época marcada por el vértigo.