Las sociedades y las humanidades disponen de un vasto laboratorio: la realidad.

Muchas hipótesis se comprueban solamente en el terreno de la vida pública, y los resultados preliminares de las elecciones del 2 de junio nos ofrecen un escenario inédito de reacomodo de fuerzas y de numerosísimas tareas pendientes para la democracia.

La minoría triunfante ha hecho “trabajo de tierra” por años en el territorio nacional y ha creado una base con la que quizá (hipótesis de trabajo) busca una solidez parecida a la que alcanzaron los diversos sectores del Partido Revolucionario Institucional, nacido con ese nombre en 1946 después de las dos versiones previas hace ya casi un siglo (1929 y 1938).

La alternancia panista del año 2000 y su apurada ratificación en 2006 dejan clasificarse con el concepto de “tiempo corto” del historiador Fernand Braudel. Más corto fue el tiempo de la restauración del Partido Revolucionario Institucional en 2012.

Ninguno de los tres predecesores del actual primer mandatario contribuyó a la consolidación de su partido a la hora de retener la Presidencia de la República, y casi más bien –a la luz de los resultados en las urnas– parece haber obtenido un saldo desfavorable al respecto.

La minoría triunfante se propone enfilarse hacia el tiempo largo de Braudel.

Los países –me dice alguien– tienden a repetir sus patrones básicos de convivencia, pues las estructuras profundas no se mueven de un día para otro y son más bien una causa de que los países vivamos algunos tiempos largos junto a muchos tiempos cortos.

En El gatopardo (1958), del magno Lampedusa, el joven Tancredi nos legó un puño de paradójicas palabras perdurables: “Si queremos que todo siga como está, necesitamos que todo cambie”. O: “Que todo cambie para que todo siga igual.”

El próximo sexenio será un experimento en el laboratorio de la realidad: ¿se realizarán cambios superficiales en áreas urgidas de transformaciones profundas o bien se aprovechará el mandato recibido en las urnas para construir dichas transformaciones, por ejemplo aquellas que el siglo xxi nos está exigiendo en escolaridad y empleo a los países y a las personas?

La educación es siempre una palabra clave.

Necesitamos un(a) José Vasconcelos en la Secretaría de Educación Pública (sep).

Las carreras y los posgrados de Pedagogía (entre otros, los de la Universidad Nacional Autónoma de México), así como el Instituto de Investigaciones sobre la Universidad y la Educación (iisue) y el Programa Universitario de Estudios sobre la Educación Superior (puees), de la propia Máxima Casa de Estudios, deberían ser surtidores de ideas para la persona que encabezará la sep.

¿El modelo económico que se aplicará los próximos años contribuirá a expandir las plantas productivas y de servicios a fin de absorber de manera digna y estable a toda la gente hoy amenazada por sectores ilegales o por un comercio informal nada útil para la riqueza y muy útil para “trabajo de tierra” y para alguna “economía paralela”?

Sin crecientes niveles educativos, la respuesta será negativa, y contaremos con cada vez más compatriotas “en pleno subempleo”.

Los votantes tenemos ahora una corresponsabilidad: supervisar el cumplimiento de las respectivas plataformas de propuestas y promesas.

Para que “mandato” y “mandataria” sean palabras llenas de sentido, los votantes deberemos seguir pendientes de las decisiones que se tomarán en nuestro nombre dentro de los distintos círculos concéntricos de la realidad viva.

Somos, sí, corresponsables de la conducción del país mediante los ámbitos correspondientes y mediante los contrapesos y equilibrios que actúan en nuestro nombre.

Somos corresponsables de los actos de nuestro partido allí donde salió airoso y tenemos derecho a pedir cotidianas cuentas claras allí donde no ganó.

Después de todo, las personas del día a día somos quienes saltamos a la calle a generar la riqueza que luego debería siempre transformarse en bienestar tangible para mayorías y minorías, para nuevas ortodoxias políticas y nuevas y antiguas heterodoxias y diversidades.

Quien gana una elección ya no puede partirse en un partido: sin dejar de defender una plataforma específica, pasa a ser gente de gobierno y de Estado. (George Washington nunca perteneció a un partido: no quería partirse.)

Por su parte, quienes se dedican a la literatura exploran los mecanismos del poder o bien han participado en la construcción de instituciones y aun de naciones.

Cuando las circunstancias lo exigieron, hubo quienes rindieron frutos en ambas tareas: el novelista Manuel Payno y el poeta popular Guillermo Prieto fueron secretarios de Hacienda en el siglo xix; el vate y cuentista Justo Sierra Méndez fundó el Ministerio de Instrucción en 1905 y la Universidad Nacional de México en 1910.

Los bandidos de Río Frío, de Payno, expone las causas de que el país tenga tierras sin ley y deja entrever expectativas de que un cierto orden se restituirá después de la violencia.

Tras campañas libres de la tentación de inquietarnos con alguna frase orientadora y energética, vivimos horas de discusiones en torno a cómo se conformará el Congreso.

A juicio de Jorge Luis Borges, el mejor gobierno es el suizo, pues ningún suizo sabe cómo se llama su presidente.

Esta frase cifra el fervor de la esperanza de que nos merezcamos dirigentes prudentes, incluyentes y discretamente eficientes.

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