En 2019 se cumplieron 90 años de la autonomía universitaria.

Se organizaron actividades conmemorativas y analíticas. Participé en una. La vimos concretarse en el volumen Noventa años de libertades universitarias, coordinado por Leonardo Lomelí Vanegas y Hugo Casanova Cardiel.

Allí tenemos una serie de explicaciones acerca de la importancia de la autonomía. Y recuerdo a don Sergio García Ramírez: “La autonomía es el aire que respira la Universidad.”

Por aquel entonces era yo coordinador de Humanidades, equivalente a una vicerrectoría de Humanidades. Quise aportar un puño de datos a la reflexión acerca de la democracia universitaria, base de la autonomía. Puse a mi equipo a contar los cuerpos colegiados en la Universidad: ¡más de 700!

Hay un Consejo Universitario, una Junta de Gobierno, un Patronato, con tareas claramente delimitadas: el primero, administración de la vida académica; la segunda, gobernanza y gobernabilidad; el tercero, supervisión estricta de los recursos financieros y decisión sobre una serie de aspecto específicos.

En un sabio equilibrio, gracias a la Ley Orgánica, al menos una buena parte de la elección de integrantes de uno de estos tres máximos cuerpos colegiados recae en alguna de las otras dos.

Un grupo de universitarios de altísimo rango, insuperables (entre ellos, Alfonso Reyes), logró estos equilibrios allá por 1944-1945. Desde entonces las intensas dinámicas diarias van encontrando soluciones a las inagotables exigencias de la vida universitaria.

Pongo un ejemplo de una democracia universitaria que incluye desde hace mucho al estudiantado: 1) cada estudiante puede participar con voto directo en la elección de representantes ante el Consejo Universitario; 2) es el Consejo Universitario el que elige a los integrantes de la Junta de Gobierno; 3) luego entonces, ya existe el mecanismo adecuado para la participación estudiantil en la conformación de la Junta de Gobierno, encargada de designar Rector y directores de facultades, escuelas nacionales e institutos de investigación.

El camino es claro: si como estudiante o docente veo cualidades en una persona con el perfil y los requisitos para integrarse a la Junta, debo proponerla a mi representante ante el Consejo Universitario, y mi representante llevará ese nombre, ese perfil, a la respectiva sesión plenaria, donde se vivirá un ejemplo de democracia universitaria en dos pasos: 1) larga deliberación, con exposición y ponderación de las diferentes candidaturas; 2) votación para elegir a una persona ganadora por mayoría simple.

Cada año se cambian alrededor de dos integrantes de la Junta de Gobierno (pueden ser más), así que se presentan muy diversas oportunidades para las plantas estudiantil y docente, en un cuidadoso equilibrio entre el prioritario esfuerzo de estudiar día a día, preparar clases, investigar, difundir el conocimiento y la cultura, ejercitarse en actividades físicas o deportes, por una parte, y participar en la vida democrática de la Universidad, por la otra.

Cada mes de marzo, “por ministerio de ley”, se cambia al menos un integrante de la Junta. Esa fecha es fija, y los meses previos han llegado a ser de preparación de candidaturas.

Asimismo, las plantas estudiantiles y docentes y de investigación tienen posibilidades muy concretas de elegir a representantes en alguno(s) de los otros cuerpos colegiados que rigen el diario transcurso de nuestros asuntos: consejos técnicos, internos y asesores; comités editoriales, de ética, de género; comisiones específicas, muchas de ellas revisoras. Y pensemos en los consejos académicos, los comités de tutorías y sínodos o jurados.

Se puede decir lo siguiente cualquier día hábil a cualquier ahora en nuestra Máxima Casa de Estudios:

––Ahora mismo deben estar sesionando más de diez cuerpos colegiados para deliberar y votar sobre una serie de asuntos.

Además, la Universidad forma a sus cuadros y forma cuadros dirigentes para el país. No es casualidad que el actual presidente de la República y la candidata triunfante de las pasadas elecciones (pronto será presidenta electa y luego presidenta constitucional) hayan salido de las aulas de nuestra Alma Mater.

Puede anticiparse que en cinco, diez, veinte, treinta años tendremos más y más dirigentes, gente joven que ahora se nutre de la autonomía universitaria en aulas, laboratorios, bibliotecas, canchas, salas de concierto y de teatro y cine.

Cada vez que decimos “Universidad Nacional” hablamos con vestigios del latín. Cuando pronunciamos “Autónoma” recogemos resonancias del griego. Al articular “México” enriquecemos y fertilizamos el español con sílabas del náhuatl.

“Autonomía” quiere decir “darse reglas propias”. Estas reglas tienen estrictamente que ver con las actividades sustantivas de la magna institución.

La educación (más aun la educación superior) es una tarea de tal especificidad que se necesita mucha experiencia directa y/o mucha intuición auténtica para emitir juicios prudentes en torno a temas que nos atañen a todas las personas, más aun ahora en que las circunstancias nos exigen formarnos de modo cada vez más dinámico ante los muy serios desafíos del siglo xxi.

Lo comenté en otra ocasión: una escuela cerrada es un tema tan triste y peligroso como un hospital cerrado.

Hacia 1933 se intentó la votación estudiantil directa: fue un innegable fracaso histórico. En la Universidad aprendemos del máximo laboratorio social: el mundo concreto.

Celebremos los 95 años de nuestra autonomía –responsable y fructífera– con nuevas y enriquecedoras reflexiones.

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