El arte es un derecho.

Practicarlo y disfrutarlo son acciones que merecerían elevarse a rango constitucional en todos los países.

Si hubiera más experiencias artísticas, habría más paz porque habría más comprensión, más paciencia, más diálogo.

Desde hace tiempo Pablo Rulfo ha dialogado con Romualdo García  (1852-1930), cuya obra “consta de retratos de gelatina sobre vidrio de entre 1906 y 1914” (México Desconocido, 322, diciembre de 2003).

Pablo Rulfo tiene una rica trayectoria como pintor y editor. Pablo –esposo de la también artista plástica Laura Echeverría, hermano del cineasta Juan Carlos Rulfo e hijo del narrador y fotógrafo Juan Rulfo, así como de una sabia mujer, recién desaparecida: Clara Angelina Aparicio– realizó alrededor de treinta cuadros con base en otras tantas imágenes del maestro guanajuatense de la lente.

La exposición que acabamos de ver en la Casa del Risco, de San Ángel, establece un segundo diálogo: el del entorno con las piezas artísticas, tanto fotografías como pinturas.

El domingo 7 de enero se cerró la exposición, y Pablo recordó que se había presentado en la Alhóndiga de Granadita y luego en Querétaro, de camino a la Ciudad de México. Y juzgó que la Casa del Risco reincorporaba a su ámbito cotidiano a todas aquellas personas fotografiadas hace unos diez u once decenios.

Las fotografías originales son en blanco y negro o, para mayor exactitud, son en una serie de matices cuyos extremos son el blanco y el negro. Rulfo usó una paleta de pocos colores para mantener una cercanía por lo pronto cromática con las piezas de García.

Ahora bien, Rulfo descompone las composiciones gráficas del maestro. Y aquí se da el diálogo con sus espectadores: quienes vemos las fotografías y vemos enfrente las pinturas vamos de unas a otras para hacer, desde luego, un primer contraste y luego –en un nivel más profundo– advertir el estudio implícito, la recreación que el pintor ha realizado de las fotos.

Veamos un ejemplo: “Pareja”. Romualdo fue especialista en fotos de bodas. Imaginemos un casamiento de hace 120 junios allá en el Silao natal del maestro o en la ciudad de Guanajuato, donde él se instaló desde niño y donde realizó escarceos formativos en física y química, disciplinas valiosas para el cuarto oscuro.

Tenemos, entre muchas otras, la foto festiva y conmemorativa de un día, como diría Jorge Luis Borges, “sin duda inolvidable y ya olvidado”. En este siglo xxi de descomposiciones y recomposiciones, Rulfo desmaterializa partes de la “Pareja” y deja entrever algunas violencias implícitas, hasta el punto de que la joven desposada más bien parece joven inmolada (esta interpretación mía puede completarse o refutarse o cambiarse cada vez que nuevos ojos se posan ante la foto y ante la pintura).

El maestro Rulfo tiene un vínculo especial con el transcurrir de los minutos. Digamos, con Henri Bergson, que se ubica más en la duración que en el tiempo hecho espacio de la vida social: puede tardarse un tiempo inconmensurable o actuar intensamente, en segundos, frente a la tela o el papel.

Por cierto, la exposición se hizo en tela (cuadros de formato mayor) y en papel (menor) y el trato con los respectivos materiales ofrece una clave de las estrategias creadoras de Pablo.

Él mismo escribe que decidió “trabajar una serie de formatos menores pintados sobre papel de algodón con tintas, temple y en algunos casos grafito” y buscó “determinar qué personajes tratar posteriormente, sobre tela en gran formato”, con “temple y óleo sobre lino”.

Para este valiosísimo pintor y editor el sentido del arte está en la creación misma, en el proceso, en el diálogo de los materiales con la mano, el ojo, el impulso, la cavilación, el ritmo íntimo, profundo, único.

Claudia Canales se ha referido al tiempo creativo del pintor con respecto al instante del clic: tal vez se trata de “la trasposición de la inmediatez captada por la fotografía al lienzo que se gesta en la acumulación de tiempo y trazos”. O acaso un secreto está en “el descubrimiento de que eso que está allá no está del todo aquí”.

De esto último da ejemplo “Grupo”, donde los zapatos y partes inferiores de los pantalones se pintan con minuciosa puntillosidad y donde la mirada del espectador va subiendo y entonces descubre que las figuras se difuminan y no es que pierdan pisada o tengan pies de barro: es que son casi solamente pies, como si de nuestras personas apenas pudiera dar cuenta completa nuestro calzado o como si nos fuéramos disolviendo desde la cabeza y nos quedaran los puros pies como testimonio.

Esta exposición lleva a la práctica una propuesta del maestro Rulfo: “Que la obra te asombre.” Que la obra te rompa tus automatismos mentales y te devuelva la libertad de ver, tan unida a la libertad de ser.

Rainer María Rilke consideró que debíamos vivir con un cuadro para ir contemplándolo y comprendiéndolo. G. K. Chesterton anotó: “Porque el universo es como todo lo que hay en él: tenemos que observarlo habitual y repetidamente antes de verlo. Y sólo cuando lo hemos visto por enésima vez lo vemos por primera vez.”

El pintor ha experimentado con materiales orgánicos. Uno es el huevo. En la charla de despedida el domingo 7, Rodrigo Garza revisó las características del huevo, que une opuestos: justamente agua y, entre otros materiales, lípidos, de suyo insolubles al agua.

El huevo es entonces metáfora de una sociedad que sabe convivir con sus diferencias, sus diversidades. Y el agua, concluye, es de por sí excepcional, pues por ejemplo desobedece a la ley de la gravedad y sube por sí misma.

Esa tarde, José Ángel Leyva aludió a los juegos de la memoria y la desmemoria ante las fotos y los cuadros.

Quien contemple esta pintura en diálogo, ascenderá y descenderá en términos visuales, simbólicos y anímicos e intuirá yacimientos de la memoria propia y colectiva.

Investigador Nivel III del Sistema Nacional de Investigadores.

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