La lengua española nos depara aquí y allá motivos para la reflexión.

El término éxito tiene la misma raíz latina que exit en inglés. Significa “salir”.

Si novelas que admiramos –por ejemplo, El Quijote, Pedro Páramo, Cien años de soledad– no tuvieran la salida, es decir, el final que conocemos, no nos despertarían ni la mitad del asombro y el agradecimiento que nos provocan.

El teatro y el cine lo saben: hay que aprender a entrar y mantenerse en escena ante el público en vivo o ante las cámaras encendidas; también hay que aprender a salir: los últimos minutos o incluso segundos son acaso los que el público se llevará como efecto y síntesis de la obra y de las respectivas actuaciones.

La política es teatral y es narrativa de principio a fin. Hay políticos que saben esto y poco más y saben entrar, mantenerse y emprender graciosa salida cuando les llega su hora.

Quienes admiran a Porfirio Díaz aducen una serie de aciertos indudables. Yo mismo he escrito la biografía de una de las muchas figuras talentosas de aquel régimen: el narrador, historiador y diplomático jalisciense Victoriano Salado Álvarez (1867-1931).

Las sucesivas generaciones que hicieron la Revolución Mexicana entendieron que la falta de éxito de Díaz se dio en buena medida porque él no supo darse una salida adecuada: nunca encontró el letrero de exit. O, si se quiere, nunca supo construirse el pasillo, la puerta y el letrero de salida para coronar con éxito su obra.

Una posible vía victoriosa para el caudillo oaxaqueño podría haber sido crear el bipartidismo en México (a la norteamericana, sí: una más de nuestras imitaciones), poniendo a los partidarios del general Bernardo Reyes y a los partidarios del economista José Yves Limantour a tomarse la molestia de construir cuidadosamente cada quien su partido y de competir por la Presidencia en 1910 bajo la vigilante mirada arbitral del ya para entonces octogenario mandatario.

Los convulsos decenios de los años diez y veinte del siglo xx mexicano nos comprueban los tres pasos teatrales y narrativos del poder: 1) llegar, 2) mantenerse y 3) salir.

En los años treinta Lázaro Cárdenas, vencedor del Maximato, completó esta tríada, y desde entonces quienes supieron llegar y mantenerse también supieron (unos más, otros menos) cómo y cuándo hacer un discreto mutis sin perder mucho estilo ni mucha imagen.

Y así llevamos quince sexenios (noventa años). Y contando.

En 1910 las expectativas de vida eran muy bajas. Un presidente octogenario podía transmitir el efecto de inmortal o de Matusalén. Este jueves 27 de junio de 2024 el presidente Joe Biden podría haber respondido a la pregunta por su edad:

––Las mutaciones demográficas gracias a los avances en salud y en conciencia de la importancia de la buena alimentación, del ejercicio diario y de los afectos y de una sana autoestima nos permiten hoy alcanzar la meta en nuestra vida a los setenta u ochenta años.

Si la realidad puede ser muy mala novelista, ¿por qué no habremos de serlo nosotros? Imaginemos que la mañana o la tarde del jueves un enemigo y espía en el staff de la Casa Blanca le deslizó al presidente algún brebaje que le provocó una muy sutil perturbación pasajera, suficiente para que fracasara en un debate crucial.

Después de todo, entre los mejores amigos del candidato republicano se cuentan especialistas en deterioros paulatinos de la salud ajena.

Pero dejemos esto esbozos de literatura conjetural. Joe Biden necesita una salida, un éxito y exit a la altura de sus muchos méritos como senador, vicepresidente y presidente.

Este lunes primero de julio se permitió disentir de los estropicios de la Corte Suprema, que acaba de poner a los presidentes norteamericanos por encima de la ley y de remachar con ello otro clavo en el ataúd de la democracia global, delante de nuestros azorados ojos.

Se mostró correcto, si bien sus movimientos y su rechazo a responder preguntas revelan estragos que en cada persona se manifiestan de manera diferente: la edad ya no se mide únicamente por el número de años, sino sobre todo por el estado de nuestro cuerpo, nuestra mente, nuestro ánimo y nuestro carácter para seguir trabajando, viviendo.

Tal vez el presidente Biden tiene días más ágiles y más energéticos que otros.

En todo caso, el éxito de una buena exit no se da sólo al término de una trayectoria. Ahora mismo, en estas horas cruciales para Francia y para Europa, el presidente Emmanuel Macron necesita estar luchando para encontrarle una salida exitosa a su propia decisión de convocar a elecciones legislativas casi de la noche a la mañana.

De hecho, si fracasa este domingo 7, el mandatario galo habrá anticipado su propia salida por casi tres años.

La cohabitación con una ultraderecha insensible a las dinámicas económicas y exigencias de la migración, así como a las características culturales y sociales de la diversidad, nos confirmaría que la realidad casi nunca es absolutamente binaria: entre saber cuándo y cómo salir y no saberlo, se alza una tercera posibilidad: adelantar el cuándo y ver cómo se prolonga y se nos va de las manos.

Existe una cuarta: ciertos líderes partidistas han alcanzado una bonita pensión y ya quieren disfrutarla. Pero las fuerzas vivas de la patria, eternamente agradecidas, no les consienten el merecido éxito del exit oportuno. Claro que esto sucede en países del Tercer Mundo, no en nuestro querido y victorioso México.

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