Un 90 % debería ser nuestra meta. ¿Por qué se habla de alta participación cuando asiste a las urnas apenas un 70 %?

Quienes salimos a votar, salimos a honrar. Honramos a las sufragistas inglesas que hace más de cien años enfrentaron un “normalidad” enteramente anormal. Honramos a las sufragistas mexicanas, que al fin consiguieron el voto hace apenas 71 años (entiendo que la resolución estaba lista desde fines del sexenio de Lázaro Cárdenas, hacia 1940, y que se pospuso hasta inicios del sexenio de Adolfo Ruiz Cortines, en 1953). Honramos a quienes murieron en 1946 en León, Guanajuato, en 1968 en Tlatelolco y en tantos otros momentos y lugares.

Quienes salimos a votar, salimos a festejar. Pese a todos los antecedentes, pronósticos y problemas, los domingos de elecciones son intensos, únicos, incluso cálidos. Y tienen su toque de solidaridad y convivencia. Son días de ciudadanía. Son el día de la celebración de la ciudadanía, si bien cada día debe ser de espíritu cívico, ciudadano.

Hay por allí un razonamiento: el voto es la unidad mínima de la democracia, así como el protón y el electrón y el átomo son unidades de la física, y las células y sus componentes son unidades de la biología y la medicina.

El voto es personal. Y –durante el momento silencioso dentro de las mamparas– el voto es la persona. La persona es el voto.

Entonces las personas tenemos derecho a hacer un análisis en círculos concéntricos: ¿me fue bien a mí?, ¿me fue mal a mí desde el último domingo de elecciones, hace tres o seis años?

Estamos ante un círculo tan íntimo que ese centro es más bien un punto: yo.

Ahora bien, “hoy como nunca” este punto que soy yo se interconecta con círculos más amplios en movimientos dinámicos de ida y vuelta.

¿Le fue bien a mi barrio o colonia? ¿A mi alcaldía? ¿A mi ciudad? ¿A mi entidad? ¿Al país desde mi perspectiva, mi juicio y mi legítima opinión, reflexiva e informada tanto en cuestiones domésticas como en los asuntos de la nación ante el mundo?

Muy bien puede ser que mis respuestas sean diferenciadas, y mi voto llegaría a ser, asimismo, diferenciado: continuidad allí donde la respuesta es sí; alternancia, donde es no.

La riqueza de un país se calibra por la calidad, la claridad y la seriedad de sus opciones. Un país sin auténticas opciones políticas es un país empobrecido en su circulación sanguínea.

Especialistas me comentan: dadas las características del ser humano en el ejercicio del poder, los contrapesos son lo mejor que hemos encontrado las sociedades para una más prudente conducción por parte de quienes reciben el mandato –la orden– de regirnos.

Por lo tanto, esa unidad básica de la democracia que soy yo cuenta con la alternativa entre continuidad y alternancia diferenciadas, por una parte, y con la decisión de contribuir a los contrapesos, por la otra, si así lo juzgo conveniente tras un análisis cuidadoso.

¡Análisis! Vertiginosamente pasamos de la era de la información a la era del discernimiento de la información: ¿válida?, ¿auténtica?, ¿falsa?, ¿sesgada?, ¿necesaria?

Incluso aunque toda la información fuera justo eso –información objetiva, oportuna y auténtica–, la enorme masa de la misma nos estaría exigiendo analizarla, discriminarla, discernirla, ubicarla, jerarquizarla.

Propongo lo siguiente como un hilo posible en las selvas del laberinto diario: ¿la inversión pública ha sido correcta? O recurramos a criterios esencialmente numéricos: ¿hubo endeudamiento?, ¿qué porcentaje con respecto al pasado?, ¿en qué se utilizó?, ¿me beneficia no sólo a corto plazo?, ¿nos beneficia a mediano y largo plazos?

Estos datos están disponibles gracias al Inegi, al Banco de México, al esfuerzo cotidiano del periodismo, entre otras fuentes. Y si aun así no me es fácil conocerlos, entonces puedo decidir mirando mi bolsillo, mi nómina, mi negocio, mis compras, mi historial de ventas, mi calle, mi escuela, mi hospital, la seguridad en mi colonia y mi alcaldía y en mi ciudad y mi entidad. Y puedo escuchar a aquellas personas en quienes plenamente confío.

¡Confianza! La Revista UNAM Internacional acaba de compartirme un volumen de la Universidad Nacional Autónoma de México: Ante la situación nacional. Reflexiones y propuestas 2024-2030. Lo coordina el Grupo Nuevo de Desarrollo. Veo que aborda cuestiones estratégicas: relaciones internacionales, democracia y Estado de derecho, gobernabilidad política y electoral, propuestas de seguridad y paz, política social, género, infancia, adolescencia, desde luego educación, equidad, salud, política económica, energía, sustentabilidad, agua, territorio. Será un lectura enriquecedora, acaso completada con la necesarísima reflexión sobre los lenguajes y el discurso, con análisis como los de Margarita Palacios, Fernando Castaños, Luisa Puig, David García: la democracia tiene mucho de experiencia verbal.

Confianza, sí. En estos momentos tan apasionantes, apasionados y pasionales (o por lo menos muy emocionales), la serenidad del análisis y del juicio por contrapesos y por equilibrios diferenciados nos ayuda a que el homenaje y la fiesta del 2 de junio transcurran concurridísimas y en paz.

Una votación nutrida legitima un proceso clave. ¿La demografía y la ciencia política nos explican por qué no podemos soñar con un máximo de 10% o 15% de abstenciones?

La democracia es nuestro bien más preciado como sociedad compuesta por personas con nombre y apellido. Quienes salimos a votar salimos a salvar la democracia: nuestra convivencia.

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