La violencia sin parangón registrada en el territorio nacional, concretamente en la Sierra Tarahumara, cobró la vida de dos sacerdotes de la Compañía de Jesús: Joaquín César Mora Salazar y Javier Campos Morales, dentro del templo de la comunidad de Cerocahui, Chihuahua, presuntamente a manos de un integrante del crimen organizado que opera en esa región, justo al momento de brindarle auxilio espiritual a una persona al interior de ese recinto religioso. El Centro Católico Multimedial (CCM) contabiliza ya el asesinato de siete sacerdotes durante este sexenio y desde 2012 hasta la fecha un total de 32 los clérigos ejecutados.

En la editorial de Guillermo Gazanini, en la página web del CCM, publicada un mes antes de estos hechos, “¿Por qué se mata a los sacerdotes en México”? del 20 de mayo de 2022 (https://bit.ly/3xT5nqC) la respuesta parece encontrarse en la violencia como factor propiciador de la desestabilización de las comunidades y remata: “Cuando se agrede, desaparece o ejecuta a un sacerdote, se introduce un elemento de desestabilización social dando lugar al crecimiento de temor, de la impunidad y la violencia”.

El padre Luis Gerardo Moro Madrid, S.J, provincial de los Jesuitas de México, condenó los hechos acaecidos en Cerocahui, del mismo modo que el Papa Francisco externó sus condolencias a la Provincia Mexicana de la Compañía de Jesús y reprobó la brutalidad contra sus hermanos jesuitas y el laico que fueron privados de la vida y advirtió que “la violencia no resuelve los problemas, sino que aumenta los sufrimientos innecesarios”. Por su parte, la Diócesis de Tarahumara, así como la Conferencia del Episcopado Mexicano se sumaron a los dichos del Papa.

La presencia jesuita entre los rarámuris es de larga data, Ignacio Osorio Romero en su obra “Colegios y profesores jesuitas que enseñaron latín en Nueva España 1572-1767” afirma que antes de la expulsión de la Orden decretada por Carlos III en 1767, eran 17 las misiones de la Tarahumara. Por lo que no es de extrañarse esta labor apostólica, pues a casi 30 años después de fundados, los jesuitas estaban presentes en todos los continentes, aprendían la lengua de los pueblos a donde llegaban para llevar a cabo todas las formas de apostolado y enseñanza, incluidas las misiones, la fundación de colegios y universidades.

Al retorno de los jesuitas a México, desde 1900 hasta la fecha, su presencia en la Tarahumara ha sido ininterrumpida, una región de orografía accidentada, con la que se topó el héroe norteamericano de la Primera Guerra Mundial, John Pershing, en su expedición punitiva contra Villa; y de lacerante pobreza económica. Sin embargo, se ha beneficiado de la empresa apostólica de la Compañía de Jesús cuyos misioneros han estado siempre dispuestos a llevarla a cabo “A mayor gloria de Dios” en las regiones a donde nadie más quiere ir. Por esta razón, la forma en la que fueron privados de la vida quienes estaban consagrados a la atención pastoral de los rarámuris no puede pasar desapercibida o indiferente. De ahí, el llamado al Estado mexicano a no ser omiso en su indeclinable obligación de garantizar la vida, la seguridad y la integridad de los habitantes de este país.

Profesor-investigador. Universidad Iberoamericana. alberto.patino@ibero.mx

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