Todas las personas que nos dedicamos al servicio público estamos obligados a rendir cuentas de nuestras acciones y resultados ante la ciudadanía. Para que esto suceda, el escrutinio por parte del Senado de la República es esencial para monitorear la eficiencia y calidad de la gestión gubernamental que realizan las y los titulares de las dependencias federales, paraestatales y organismos constitucionales autónomos.

Sin embargo, el formato vigente con el cual se presentan las y los servidores públicos a rendir sus informes y comparecencias en las Cámaras, realmente no cumple con los requisitos indispensables para considerarse un ejercicio democrático y moderno de rendición de cuentas. Hoy en día, quienes comparecen, en realidad acuden al Senado a hacer una exposición acerca del trabajo que realizan, pero difícilmente responden al porqué de sus decisiones. Este ejercicio no funciona para establecer sanciones en caso de incumplir con sus atribuciones ni para obligar a los titulares a responder ante sus acciones. Entonces, ¿qué sentido tienen estas presentaciones? ¿Cómo podemos mejorarlas?

Las comparecencias y la rendición de informes deberían convertirse en procesos de diálogo, donde se puedan hacer preguntas directas y obtener respuestas de la misma manera. Teniendo como finalidad la mayor transparencia y rendición de cuentas posible.

Para llegar a ello, es necesario que en cada una de las comparecencias que se lleven a cabo el Senado cuente con antelación con la información precisa del tema para poder estudiarla y poder así plantear mejores preguntas. Es imperativo también el adoptar un nuevo formato que reduzca la posibilidad de convertir el ejercicio en un monólogo donde reine la ideología sobre el diálogo de los temas urgentes en el país.

El formato vigente reduce la posibilidad de un diálogo directo. El servidor público que comparece hace una exposición inicial y posteriormente los grupos parlamentarios tienen una ronda de participaciones que se van acumulando, para posteriormente obtener una sola respuesta a la ronda. Esto diluye el diálogo directo, pues al participar seis o siete integrantes del Senado por cinco o seis minutos, se pierden puntos de discusión y se cae en la tentación para el compareciente de sólo atender aquello que se quiera responder.

Existen en el mundo buenas prácticas para atender esta necesidad de rendición de cuentas de manera pública, transparente y expedita. Una, que quizás todos de alguna manera hemos conocido a través de las noticias internacionales, es la que utiliza el Senado estadounidense en las comparecencias de sus comisiones. Con reglas bastante simples que permiten intervenciones de preguntas y respuestas por turnos, se obtiene un mejor acercamiento a la verdad, además de que evita que en las participaciones subsecuentes se repitan los temas, lo que enriquece las intervenciones y garantiza participaciones concisas, claras y transparentes.

Las comparecencias debieran de ser no sólo un espacio de rendición de cuentas sino de profunda reflexión sobre el debate alrededor de esta. No sirve de nada remitir informes y exponerlos ante el Pleno si las instituciones no están dispuestas a realizar cambios a partir de las opiniones y señalamientos del Senado. La rendición de cuentas implica ser escuchados y estar abiertos a mejorar el ejercicio de nuestras funciones.

Mejorar el formato de las comparecencias en el Senado y comprometernos a llevar a cabo diálogos directos, transparentes y abiertos al aprendizaje mutuo, nos da una oportunidad para transformar de forma positiva la gestión pública, mejorar los ejercicios de rendición de cuentas y, sobre todo, mejorar la resolución de los problemas de la ciudadanía.

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