El estado mexicano, como cualquier otro, es un lugar donde conviven diferentes y contradictorios puntos de vista. Conformado por una sociedad plural que con ayuda de la democracia y sus instituciones, busca construir un país donde cada persona tenga su sitio y donde cada una pueda vivir en paz, en igualdad y libertad, con justicia y dignidad. Por ello, es un grave error pensar que un partido político o un líder pueden gobernar en solitario una nación.
Todo grupo político en el poder es una mayoría relativa que no representa las opiniones y posturas de toda la comunidad. En México, quienes ganan las elecciones son las minorías que obtienen la mayor cantidad de votos entre todas las demás. En las elecciones de 2021, por ejemplo, Morena obtuvo alrededor del 34% de los votos, el PAN el 18%, el PRI el 17% y Movimiento Ciudadano el 7% y, si tomamos en cuenta que hubo una participación del 57% del electorado, la verdadera mayoría fue el abstencionismo y los votos de la mayor minoría representan tan solo una pequeña fracción de las y los ciudadanos que pueden votar en México.
Por ello, quienes piensan que sus programas y proyectos representan a todo el país y aseguran que no estar de acuerdo con sus decisiones es estar en contra de “México” o “traicionan a la patria” no solo se equivocan, sino que no están entendiendo la profundidad de los problemas por considerar que las únicas soluciones provienen de sí mismos o del líder en turno. Con ello, no solo me refiero a Morena y sus aliados, sino a todo político y partido que no esté dispuesto a dialogar y llegar a acuerdos. ¿Qué significa alcanzar estos acuerdos? que ninguno va a conseguir todo lo que quiere.
Quienes rehúyen a los acuerdos le apuestan a seguir administrando el desastre y anhelan una imposición autoritaria. Lamentablemente, estas actitudes son cada vez más comunes y no reparamos en los riesgos que tienen para la democracia. El ejercicio de la revocación de mandato y la –NO– discusión por la reforma eléctrica, entre otros temas nacionales, nos están dejando una estela polarizadora que al único que beneficiará será al extremismo en todas sus formas, pues para imponer una sola agenda, se seguirán utilizando todas las formas posibles –legales e ilegales– para lograr ser la minoría electoral más grande y, así, sentirse con la autoridad para pisotear a las demás. Perdiendo al país y su vasta pluralidad en el proceso.
¿Qué podemos hacer para evitarlo? Primero, dejemos de simular que dialogamos y aceptemos que podemos estar equivocados. Los ejercicios de parlamentos abiertos, las consultas populares y las consultas a los pueblos indígenas –que no cumplen con los principios de consulta previa, libre e informada–, por ejemplo, nos han demostrado que al ser muchas veces controladas o capturadas por las primeras mayorías políticas, no están permitiendo la construcción de acuerdos ni retoman a cabalidad la opinión de las comunidades.
La política pública y la legislación, requieren de la costumbre de negociar cada palabra, de medir, diagnosticar y calibrar para incluir la opinión y los puntos de vista de toda la ciudadanía, incluyendo a los independientes y quienes se abstienen de votar o que anulan su voto a manera de descontento o desilusión.
Urge, también, una agenda de unidad nacional construida desde cada colonia, barrio y comunidad. Un ejercicio independiente y ciudadano que posibilite opinar de manera directa sobre las rutas para alcanzar la paz, sobre cómo combatir la casi total impunidad que existe en México, acerca de una política social sin clientelismo, donde en los impuestos paguen más los que más tienen –en un porcentaje real de sus ganancias–, acorde a la crisis climática, y donde se incluya lo mejor de cada una de las agendas de los partidos políticos, entre muchas otras cosas que nos preocupan.
El país estará perdido mientras consideremos a nuestros semejantes como enemigos, mientras no estemos dispuestos a llegar a acuerdos y pensando que ser la primera minoría política te convierte en la representación de toda la sociedad. Pongámonos a trabajar para evitarlo y dejemos la simulación a un lado.