Las imágenes y videos de los “rescates humanitarios”, llamados así por la Guardia Nacional y el Instituto Nacional de Migración, también llamadas “cacerías”, de acuerdo con periodistas y personas defensoras de derechos humanos que se encuentran documentando las Caravanas migrantes, nos vuelve a enfrentar como nación respecto a cuál es la mejor manera de afrontar los problemas: desde el horror y la inhumanidad o desde la bondad y el respeto de los derechos humanos.
La primera visión, al igual que la Guerra contra las Drogas, proviene de una política global encabezada por los países más ricos o de renta alta. ‘Contener’ a toda costa la movilidad de las personas más pobres, criminalizándolas, despreciándolas y segregándolas por medio del despliegue de prejuicios, llamándolos ‘violentos, violadores y asesinos’, ‘flojos e improductivos’. O creando una distinción entre el ‘migrante bueno’ con estudios y dinero en el bolsillo y el ‘migrante malo’ que en la mayoría de los casos no les queda nada material, más que la esperanza de pasar la frontera para evitar la muerte.
Una política compartida, entre los Estados Unidos y México, que permite que las fronteras estén abiertas a las armas, a la trata de personas, al dinero sucio y a la ilegalidad, y se cierran ante las personas que huyen de la violencia criminal y los gobiernos fallidos. Se migra por la impunidad, la pobreza, la violencia, la discriminación y, cada vez con más frecuencia, a causa del cambio climático. No olvidemos que una buena parte de la crisis migratoria se está dando por el paso de los huracanes y tormentas que han pegado con fuerza en Haití, Guatemala, Honduras y El Salvador, lugares donde cientos de miles de familias han perdido todo, incluyendo grandes áreas de cultivo.
Contener, también a través de acuerdos internacionales que, fuerzan a países como México, a convertirse en cazadores de migrantes ante las amenazas de aplicación de aranceles o de no recibir las vacunas contra el COVID-19, como lo hizo el ex presidente Trump durante su mandato. La cada vez más alta dependencia de las remesas estadounidenses, pone aún más en problemas al gobierno mexicano y lo deja en una posición de desventaja ante cualquier intento de cambiar la política migratoria que le imponen los Estados Unidos.
No nos engañemos, todas las personas podemos convertirnos en migrantes. La crueldad de las políticas migratorias globales nos confrontan con nuestra humanidad con dureza, no podemos ser testigos mudos de las humillaciones que ponen en entredicho la justicia, la solidaridad y nuestra propia bondad.
Afortunadamente, por otro lado, periodistas y personas defensoras de derechos humanos siguen siendo un faro moral que trabaja para detener los abusos y, cuando los hay, puedan ser documentados para que estos actos puedan ser juzgados. Trabajar por medio de la bondad y poniendo por encima a la dignidad humana por sobre cualquier razón.
Personas que saben que migrar es parte de la vida, demostrando con estudios académicos los beneficios que tiene la migración en los lugares donde las y los migrantes son acogidos con humanidad y, también, para aquellos países de donde provienen (remesas). Que exigen tanto a los Estados Unidos como a México, no concentrar sus recursos en detener estas pequeñas Caravanas sino en detener a las mafias que se asocian con las autoridades migratorias de ambos países, obteniendo ganancias de cientos de millones de dólares productos de la corrupción y la trata de cientos de miles de personas al año. Que piden un combate frontal al lavado de dinero y contra las instituciones bancarias que lo consienten y lo auspician.
Desde este espacio, manifiesto todo mi reconocimiento a todas aquellas personas que acompañan las Caravanas con una inmensa bondad. Aquellas que comparten sus alimentos, como las Patronas; las ONG´s que caminan a su lado y les dan refugio en los albergues; a todas aquellas que acompañan a las víctimas a exigir justicia ante las Fiscalías; y, aquellas y aquellos periodistas, como los de esta casa editorial y como Alberto Pradilla, de Animal Político, que a través de su cobertura nos provocan una profunda indignación, pero sobre todo un llamado urgente a la acción e implicarnos en la solución del problema.