Con 20 gubernaturas ganadas y la posibilidad de ganar dos más de cara a la elección presidencial del 2024, el presidente Andrés Manuel López Obrador se empeña en desacreditar y poner en riesgo a su movimiento y al éxito electoral que ha logrado.

Su peligrosa terquedad de querer imponer una reforma electoral a un año del inicio de la contienda presidencial trae consigo más dudas que certezas de sus intenciones. El domingo 13 de noviembre personas que nunca habían marchado juntas se congregaron codo a codo con una consigna en común: defender al Instituto Nacional Electoral, es defender la democracia.

Estando atento a las redes sociales (no pude asistir a la marcha por una cuestión de salud) pude ver la alegría de muchos por la sorprendente convocatoria y saber que muchos mexicanos y mexicanas comparten la idea de salir a las calles para manifestar sus inconformidades ante la reforma electoral. Pero también, pude ver el lado oscuro de muchos manifestantes con mensajes de odio encendidos, con visiones clasistas y racistas recordándonos la latente amenaza de una reacción de ultraderecha en nuestro país.

Otro de los peligros que pude advertir fue la provocación que hizo una diputada de Morena para intentar manchar la marcha, acudiendo a la manifestación para insultar a los asistentes y provocar una mala reacción –que no llegó– que sirviera y diera a la estructura y bots cuatroteístas los argumentos para descalificarla. Fue penoso ver a muchos militantes de Morena tratando de argumentar, maroma tras maroma, en contra de la marcha, sobre su nutrida asistencia y lo exitosa de la convocatoria ciudadana.

Todo proyecto político tiene cosas buenas, muy buenas, malas y peores. El proyecto del presidente López Obrador tiene conquistas legislativas, políticas y simbólicas que aportan al país, pero pueden perderse o mancharse por la actitud del presidente de radicalizarse al final de su periodo queriendo, entre otras cosas, cambiar las reglas del juego democrático. Poniendo en riesgo su legado.

El piloto neerlandés Max Verstappen el domingo pasado ignoró una instrucción de su escudería para ceder la posición a su compañero Sergio “Checo” Pérez, para que este pudiera aventajar a Charles Leclerc, en la lucha por el subcampeonato de pilotos de la Fórmula 1. Checo Pérez, ha sido pieza fundamental para la consecución de los dos campeonatos mundiales de Verstappen y que este último le negara la posición, hacen ver a Verstappen como un malagradecido.

El Presidente cae en el mismo error que el actual bicampeón del mundo, si hay algo mucho peor que ser un mal perdedor, es ser un mal ganador. El presidente se ve como un malagradecido con un INE y con unas reglas que le permitieron llegar al cargo, obteniendo una mayoría legislativa y de gubernaturas histórica para su movimiento.

La historia nos ha mostrado varios ejemplos sobre la tentación de tirar la escalera con la que los gobernantes autoritarios acceden al poder para conservarlo. Yo nunca he creído que el presidente intente reelegirse para asentarse en el poder, pero la reforma al INE claramente busca establecer nuevas reglas para que su movimiento o más precisamente, su círculo de incondicionales lo haga.

Bien haría el Presidente echarle una leída a El infinito en un junco, de Irene Vallejo. La parte que narra la guerra intestina que desataron los “leales” de Alejando Magno, una vez muerto. Que incluyeron el asesinato de las esposas y todos los descendientes del Macedonio en nombre de heredar el poder y la grandeza de este.

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