El pasado viernes 13, el gobierno de Venezuela y la Plataforma Unitaria de Venezuela, iniciaron un proceso de diálogo en la Ciudad de México. Las partes representan, por un lado, a las instituciones venezolanas que encabeza el presidente Nicolás Maduro y, por otro, a la oposición conformada por 40 organizaciones políticas y sociales lideradas por Juan Guaidó. Desde el exterior, se pensaba que este encuentro sería imposible.
Afortunadamente, el país venezolano ha llegado a un primer acuerdo, consistente en la importancia de considerar al diálogo como motor para la comunicación social, para aprender de los asuntos que afectan a las comunidades y la construcción de confianza en las instituciones públicas. Por su parte, el gobierno de México ofreció un territorio neutral, cumpliendo la cancillería con la alta diplomacia que ha abrazado históricamente, para poder llevar a cabo el proceso de negociación para resolver la crisis política, económica y social, que se vive en el país sudamericano.
Mientras la Cancillería mexicana, junto con Noruega y su diplomacia, han hecho lo propicio para crear las condiciones para llevar a cabo la fase exploratoria del diálogo. El Gobierno mexicano y su oposición, encabezado por un lado por el presidente López Obrador y el partido mayoritario y, por otro, la alianza del PRI-PAN-PRD, prefieren mantener la polarización y descalificar todas las decisiones públicas que hacen de la bandera de la 4T o la bandera de la oposición, ideologías que ante sus simpatizantes son incapaces de equivocarse y encontrar puntos en común.
En contra parte, el Gobierno de México, incongruentemente, ha cerrado las puertas al diálogo a las víctimas de la violencia, a los periodistas y defensoras de derechos humanos. El presidente, además, ha dicho públicamente que, quienes han sufrido las decisiones de la militarización y el combate contra las drogas, son un show para desestabilizar a la 4T. Cerrando las puertas a buscar una alternativa a la política de seguridad que ha causado más de 300 mil personas asesinadas y más de 90 mil desaparecidas.
Como un punto medular, las propias víctimas, representadas por el poeta y activista Javier Sicilia, solicitaron que el diálogo se diera en las instalaciones del Museo de Antropología. A ellas y ellos, el Museo y el diálogo se les negó, mientras el ejecutivo pone a disposición de Venezuela y su oposición, su gobierno y el recinto para dialogar.
El presidente ha dejado de visibilizar, también, a aquellas personas que, en el presente sexenio, se han convertido en nuevos pobres o por no tener posibilidades de atender sus enfermedades y padecimientos en hospitales públicos. Del 2018 al 2020 el número de mexicanas y mexicanos sin servicios de salud creció del 20.1 millones a 35.7 millones. Incluyendo, padres de niños con cáncer que han tratado de sacudir el país para salvar la vida de sus hijos.
También han cerrado las puertas al diálogo a las comunidades indígenas históricamente vulneradas por la discriminación. Que, durante los últimos tres años, han buscado un diálogo abierto y público, para resolver los problemas que viven en sus comunidades pues, lamentablemente, también se encuentran entre las de mayor violencia y pobreza del país.
Es importante visualizar el diálogo venezolano y la disposición, expertis y atención que la cancillería mexicana ha puesto para que esto sea posible y se den condiciones de igualdad para todas las partes. Mientras el presidente y sus cercanos apuestan por la polarización, ignorando a los que opinen distinto a su proyecto político; afortunada y contradictoriamente la política exterior mexicana nos enseña que cerrarnos ante la indiferencia y sólo hacerles caso a las ideas propias, es una mala idea que debe ser transformada a través del diálogo y reconocimiento de la dignidad de los otros. De los que también conforman y conviven en la gran nación mexicana.