La alternancia política iniciada en el año 2000 y los cambios constantes en los partidos que encabezan los gobiernos estatales son un constante avance de la transición y consolidación de la democracia en México. El proceso electoral de 2021 y el que acaba de pasar en seis estados, no dejan lugar a dudas respecto a la solidez para organizar elecciones con la que hoy cuenta el Instituto Nacional Electoral (INE) , la cual recae directamente en la participación ciudadana y en la autonomía e imparcialidad de las personas que integran su funcionamiento. En este sentido, la alternancia política y la existencia de un árbitro competente en nuestro país son una realidad.

Sin embargo, estos avances contrastan con la poca participación que existe en los comicios federales y locales: la mayoría de los electores optan por el abstencionismo. En las elecciones del domingo sólo en Tamaulipas se superó el 50% de la participación, mientras que en las otras cuatro entidades el abstencionismo llegó a niveles superiores del 60%, esto a pesar de que más del 90% de la población mexicana cuenta con una credencial de elector vigente, según la Encuesta Nacional de Cultura Cívica (ENCUCI) 2020. No obstante de que existen muchas causas por las que las personas que pueden votar no lo hacen, estos niveles muestran una fuerte oposición al sistema político y a sus resultados, alejando a los posibles votantes de las urnas por el descontento y la falta de identificación con los partidos y personas que se encuentran en las boletas.

La posibilidad de la alternancia y un árbitro electoral confiable no han sido suficientes para convencer a la mayoría de los electores de que el voto tiene efectos y consecuencias, lo que permea en la legitimidad de las personas que ganan los puestos de elección popular. La ENCUCI lo muestra claramente: el 76.4% de la población de más de 15 años le tienen poca o nada de confianza a los partidos políticos.

Desde que existe la alternancia en México , sabemos que el cambio de partido en el gobierno no es sinónimo de mejores administraciones, tampoco que ganar una elección garantiza la permanencia en el poder más allá de un periodo electoral. En los últimos 20 años hemos visto las subidas y bajadas de la preferencia por el Partido Acción Nacional, la debacle y regreso del Partido Revolucionario Institucional, la casi pérdida del registro a nivel federal del Partido del Trabajo y la baja sostenida en la preferencia por el Partido de la Revolución Democrática. En contraste, Morena ha captado la mayoría de los votos que están perdiendo estos partidos, logrando en unos pocos años ser la fuerza política más importante del país y obtener el triunfo en 20 de 32 entidades.

Mención especial a Movimiento Ciudadano como propuesta alejada de los partidos tradicionales y que no está dispuesto a hacer alianzas electorales por simple pragmatismo. Mientras que en 2022 el PT perdió su registro en 2 estados y el PVEM en 3, MC logró no solo mantener sus registros estatales en las 6 entidades en disputa, sino que sacó la misma votación que el PRI en Aguascalientes y que el PAN en Oaxaca; obteniendo además más votos que el PRI, PAN y PRD, en Quintana Roo.

La alternancia como constante en las elecciones son el resultado del fastidio del electorado por los malos gobiernos y el desprestigio e incapacidad de quienes encabezan estas “alternativas” que resultan ser más de lo mismo. No olvidemos que Morena está ganando las elecciones como oposición, aprovechando los malos resultados, la corrupción, ineficiencia e incompetencia de los gobiernos del PRI, PAN y del PRD que, además, siguen sin limpiar sus filas de personajes corruptos y sin aceptar que estos partidos han sido infiltrados por el crimen organizado. Morena, como gobierno, ya tuvo también su primera pérdida en la preferencia electoral en la Ciudad de México, así que tampoco este partido está exento del voto de castigo y de volver a convertirse en oposición.

Pasada la embriaguez política que dejan los periodos electorales, es importante darse cuenta del desencanto, la apatía e indiferencia que existe en la población y que vemos reflejada en la poca participación política.

Quienes construimos la política en este país tenemos una deuda con quienes salen (y los que no lo están haciendo) a manifestar su voto. De no comprender a profundidad lo que está sucediendo más allá de las boletas, el voto de castigo seguirá marcando los periodos electorales hasta que las acciones y las propuestas le ganen a las descalificaciones y discursos polarizantes.

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