Bertha Félicie Sophie
(1834-1914), baronesa von Suttner, primera mujer en recibir el Premio Nobel de la Paz, en su novela Die Waffen nieder! ( ¡Abajo las armas! ) describe los horrores de la guerra y denuncia que no existe heroísmo ni virtudes en la violencia. De manera parecida a Emmanuel Kant, cuando éste se refiere a la existencia del militarismo , pujó por una reducción total de las armas y por el prohibicionismo de las más inhumanas. Para la baronesa Bertha, la existencia de las armas era ya, en sí mismo, un atentado para la paz.
Para entender mejor esta reflexión, basta con detenerse a leer las notas periodísticas y documentos oficiales respecto a las masacres y desapariciones cometidas por los grupos criminales en México. Evidencias del horror y la inhumanidad de las acciones que se cometen con las armas que ingresan ilegalmente a nuestro país provenientes de armerías de los Estados Unidos.
La compra legal de armas también ha provocado violaciones a derechos humanos en México . Estos crímenes han sido cometidos por dependencias de seguridad del Estado, expresados en ejecuciones arbitrarias, desapariciones forzadas y en uso excesivo de la fuerza, pero también, a causa del “extravío” de armas que la Secretaría de la Defensa Nacional compra en Estados Unidos y que terminan en las manos del crimen organizado (“Sedena “pierde” el 30% de las armas importadas”, Carlos Loret de Mola , EL UNIVERSAL).
El dolor que sufrimos a causa del tráfico de armas tiene un origen binacional y se mantiene por la corrupción. La frontera norte de nuestro país es una coladera para las armas, la trata de personas, las drogas y el dinero sucio y, mientras en México exista una guerra fruto de una política global de combate contra las drogas, asistida por la industria armamentista estadounidense (proveedora de las fuerzas del Estado y del crimen), seguirán siendo los ciudadanos mexicanos quienes mueran, sufran y teman; sin que por ello disminuya en nada ni el tráfico, ni el consumo de drogas, que también genera que miles de estadounidenses mueran cada año por sobredosis y sufran por crímenes asociados al narcotráfico.
Por estos motivos, es una buena noticia que el fallido operativo “Rápido y furioso”, vuelva a estar en la conversación nacional por las acciones que la Fiscalía General de la República (FGR) ha emprendido para la judicialización del caso, así como también por la demanda que la Cancillería Mexicana presentó ante tribunales norteamericanos contra 11 fabricantes de armas de aquel país, por haber sido negligentes haciendo apología del delito y favoreciendo el tráfico de armas vinculadas al narcotráfico.
Muchas personas tenemos la esperanza de que la acción judicial encabezada por Marcelo Ebrard y la subsecretaria Martha Delgado, obligue a las empresas armamentistas a observar mayores controles en la venta de sus productos y que, en un futuro se restrinjan las armas que provocan una mayor destrucción.
Casi doce años ya del inicio del fallido operativo y muchas de esas armas aún siguen en circulación, doce años que la violencia y las cadenas del crimen organizado en contubernio con autoridades del estado mexicano y estadounidense se mantienen. Más de una década después, seguimos contando y recordando a los cientos de miles que han sido asesinados y otras decenas de miles más que se encuentran desaparecidos. Pasan los años y aún no aprendemos que más militares, más armas, más poder de destrucción, no inhiben la violencia, sino le abren la puerta a que los “adversarios” hagan cualquier cosa por aumentar su poder de fuego. Un equilibrio basado en el terror y una estrategia ineficaz que ha demostrado ser profundamente contraproducente.
Por un 2022 en el que México dé pasos firmes para decirle “abajo y adiós a las armas”.