A lo largo de los años, en mis múltiples viajes a Estados Unidos y otros países me he encontrado con monumentos históricos, edificios públicos, memoriales y oficinas de gobierno donde se inscriben en placas de acero y bronce mensajes de apoyo y gratitud para las fuerzas armadas, policías, personal táctico y de inteligencia de cada nación. De forma reiterada he atestiguado esta práctica en estadios deportivos donde se pondera la grandeza de aquellos que se encargan de la seguridad del país. Este ejercicio de mercadotecnia emocional inspira a que la sociedad enaltezca a estas figuras-símbolos de la paz, la legalidad y la justicia.
Menciono lo anterior porque en este México-rojo marcado por la tragedia, resultado de la inmensa cantidad de sangre que se derrama en todo el país, debido a una violencia inenarrable, personas cercanas me han preguntado sobre la viabilidad de encontrar una solución a esta perturbadora realidad. Ante el cuestionamiento, mi respuesta enfática es que: sí es posible. Doy esta respuesta por la experiencia ganada en mi participación en el activismo social y en las áreas institucionales en materia de seguridad pública. Así, no dudo al decir que en México la paz y la justicia son realmente posibles.
Uno de los grandes privilegios de mi vida es haber conocido a numerosas mujeres y hombres valientes, patriotas comprometidos que a lo largo de su trayectoria profesional han tejido narrativas de heroísmo dentro de instituciones como el Ejército, la Marina y las fuerzas policiales de nuestra nación. Esa riqueza humana manifestada a través de la responsabilidad y la valentía, a menudo subestimada y estigmatizada, es la razón detrás de mi esperanza. El enfrentamiento al aspecto más pernicioso y deshonroso de la sociedad mexicana, personificado por la delincuencia organizada, puede abordarse dentro de un marco legal y con una clara eficacia.
La falta de efectividad, aclaro, de este gran cuerpo de mujeres y hombres que participan de la seguridad en nuestro país, radica en la estratégica manipulación que cada gobierno sexenal ejerce sobre sus políticas de seguridad y justicia. Esta manipulación distorsiona la esencia técnica de dichas políticas, impidiendo que se desarrollen con solidez y lógica, y que sean adaptables a lo largo del tiempo en sintonía con las transformaciones sociales y la evolución del crimen organizado. Las políticas públicas en materia de seguridad deben estar alejadas de intereses partidistas y grupos de poder.
Así pues, cuando la gran mayoría de la gente comprenda que la realidad criminal que genera tantas tragedias todos los días no es normal y cuando logremos establecer un histórico pacto de paz y justicia en México, cuya premisa fundamental genere certidumbre institucional y social a las mujeres y hombres que arriesgan sus vidas por recuperar la paz de este país, veremos entonces la luz al final del túnel oscurecido por la impunidad que caracteriza al estado mexicano.
A la espera de ese anhelado momento, sirva este espacio para agradecer y reconocer el servicio y sacrificio de policías, soldados, marinos y funcionarios de procuración de justicia de este país que, sin certidumbre propia, logran brindarnos apenas un destello de luz, un futuro posible de armonía y seguridad.
Exsecretario de Seguridad
Fundador de AC Consultores