Esta semana concluyó una etapa sexenal con adjetivos tan polarizantes que no solamente han dividido opiniones, sino a una nación entera.
No quiero ser repetitivo, simplemente reconozco que, a mis 53 años de edad, nunca imaginé vivir en un México con tantos claroscuros y con una extraña incertidumbre.


Efectivamente, el cristal con el que han mirado y sentido los miembros de esa clase media progresista, intelectuales, empresarios, entre otros beneficiados de las últimas dos décadas en nuestro país, no fue el mismo de ese nutrido grupo de mexicanos llamado clase trabajadora, los menos favorecidos, los de la cultura del esfuerzo, cuyo sacrificio diario, en millones de historias, no modificaba su realidad carente de esperanza, bienestar y desarrollo.
Para esos millones de ciudadanos nulamente valorados, poco entendidos, menos atendidos y electoralmente utilizados, el sexenio lopezobradorista fue simplemente una bendición.


“Ningún presidente nos había tomado en cuenta”, me diría en 2022 una adorable señora de 82 años de edad; “Mis hijos, que trabajan en una maquiladora, y yo nunca habíamos tenido tanto”, me diría un atento y simpático mesero a principios de 2024. Para ellas y ellos, los adorables miembros de la tercera edad, para millones de jóvenes y para la clase trabajadora, los apoyos asistencialistas y el aumento del salario los iluminó por primera vez en este país, y los hizo sentir visibles, existentes, importantes, valorados, tomados en cuenta.
Para esos millones de mexicanas y mexicanos, el debilitamiento al Poder Judicial, al INE o la desaparición de los órganos autónomos es menos preocupante que el desastre en el que se ha convertido la selección mexicana de futbol.


Para esas y esos mexicanos, el deterioro de los servicios de salud, la imparable violencia, el empoderamiento del crimen organizado en muchas regiones de México, la galopante y cínica corrupción o el cinismo institucional en algunos gobiernos morenistas locales simplemente no es tema, y es parte de una realidad que siempre se ha vivido. Al fin, “todos han robado y estos cuando menos reparten”, me diría un profesionista con ideología socialista a finales de 2023.
“No es lo que viene, es lo que se va”, me diría mi querido Ray Arnaiz, empresario bajacaliforniano, hace unos días con esa preocupación de la ya sentida desaceleración económica que se percibe en algunas actividades productivas de nuestro país.


Parafraseando a Ray: ojalá se vaya el encono, el rencor, la subjetividad, las verdades a medias, todo eso que, como nunca en la vida contemporánea de México, nos ha dividido. Ojalá se vaya la desigualdad social y económica, la indiferencia y frivolidad institucional, pero principalmente, ojalá se vaya el egoísmo mexicano, ese sentimiento que invade por igual a ricos y a pobres, a gobernantes y a gobernados, ese egoísmo que, si lo analizamos a fondo, entenderemos por qué nuestra nación con tanto y con tantos mantiene una imagen internacional que siempre termina ofendiéndonos, pero difícil de contrariar o defender.


No me queda más que anhelar profundamente que en esta coyuntura de transición presidencial, nuestra sociedad y nuestro país tengan un buen presente y mejor futuro. Solamente con un análisis crítico y objetivo de los últimos años, alejado de las querencias y las estridencias, se podrá encontrar una mejor forma de dirigir las riendas de nuestra gran nación.


Muy orgullosos nos sentiríamos millones de mexicanas y mexicanos de atestiguar, en el año 2030, el nombre de Claudia Sheinbaum al lado de grandes mujeres líderes como Margaret Thatcher, Angela Merkel y muchas otras que han dejado huella por su liderazgo, su inteligencia, su sensibilidad social pareja y su capacidad de llevar por buen rumbo a sus respectivas naciones.

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