Sumergiéndome en las aguas profundas de la ilustración sarcástica, he optado por bautizar esta columna con la célebre frase que se inmortalizó como título de una reconocida película mexicana y de varias obras musicales. Este ingenioso juego de palabras caracteriza hoy la interacción entre la sociedad mexicana y su gobierno.

La conocida expresión 'No eres tú, soy yo' se erige como un refugio lingüístico al abordar el quiebre de una relación personal. Detrás de estas palabras se esconde la intención de salvaguardar la autoestima del receptor, evitando infligir heridas emocionales o sembrar remordimientos que podrían surgir al pensar que la ruptura se debió a algún error, actitud, pensamiento o aspecto físico. La realidad subyacente en esta frase reside en la voluntad de no herir susceptibilidades ni adentrarse en los detalles reales que impulsan a la pareja a dar por concluido el vínculo, preservando así una delicada armonía alrededor de la difícil decisión tomada.

La dinámica actual de la sociedad mexicana guarda similitudes con una relación tóxica en su vínculo con las instancias de gobierno. Por un lado, se observa una facción de la población que, atraída por niveles de asistencialismo sin precedentes por parte del gobierno, profesa una lealtad ciega, desestimando las consecuencias de un creciente costo de vida que se ha instaurado desde el año 2018. Por otro lado, existen aquellos que, estableciendo relaciones de alto calibre con las cabezas de la maquinaria “democrática”, se benefician de los contratos multimillonarios generados por la necesidad de mantener diversos servicios en nuestro quehacer diario. Este entramado complejo exhibe rasgos de dependencia y desigualdad.

En el ámbito emocional, nos vemos inmersos en una especie de catarsis matutina donde constantemente nos recuerdan que nuestras dos últimas relaciones, aquellas que comenzamos en 2006 y 2012, son el resultado de individuos ideológicamente equivocados que se beneficiaron de nosotros bajo el estandarte del denominado neoliberalismo. Este discurso político insiste en que esta perspectiva distorsionada nos condujo a las grandes tragedias que hoy marcan nuestra vida, generando un entorno abusivo y engañoso que solo ha traído consigo violencia y pobreza.

Nos enfrentamos los mexicanos al insistente recordatorio de un pasado corrupto y violento, protagonizado por aquellas personas con las que compartimos nuestras vidas hace 17 y 11 años. La repetición constante de historias y anécdotas ha tejido un hechizo tan profundo que nos ha hipnotizado, llevándonos a un estado en el que hemos perdido la capacidad de entender y analizar adecuadamente el presente. Más preocupante aún, esta inmersión en el pasado ha llevado a una condena dramática de nuestro futuro. El constante eco de esos recuerdos oscuros ha eclipsado nuestra perspectiva, haciendo que sea difícil vislumbrar nuevas posibilidades y oportunidades que puedan existir en el horizonte.

Nuestro resentimiento hacia el pasado ha alcanzado tal magnitud que, en el presente, hemos cedido la pérdida de derechos esenciales y significativos. Entre ellos, destaca el derecho elemental a expresar nuestras opiniones del presente sin temor a represalias. Asimismo, hemos aceptado la merma del acceso a información precisa y concreta, obtenida a lo largo de dos décadas, que nos permitiría examinar cómo se manejan, administran y gastan nuestros recursos y patrimonio.

Sin embargo, el derecho más fundamental, aquel que nos concede la libertad de elegir sin manipulaciones ni distorsiones durante el proceso de interacción y elección, ha sido sacrificado. Ya sea en el coqueteo o en la conquista, se nos ha privado de la capacidad de decidir si deseamos continuar una relación similar o cambiar hacia una que piense y actúe de manera distinta. La carga del pasado ha impactado tan profundamente en nuestra capacidad de ejercer estos derechos fundamentales que, en el presente, enfrentamos una realidad donde la libertad de expresión, acceso a la información y elección consciente se han visto limitados.

En un breve instante de desapego de los intereses económicos personales vinculados al asistencialismo y las emociones inflamadas por el coraje hacia el pasado, una reflexión objetiva revelaría que nuestra pareja actual es un 69% más violenta que la de 2006 y un 35% más violenta que la de 2012. Este análisis evidenciaría que la violencia actual es considerablemente más intensa y queda impune en comparación con las dos relaciones anteriores.

Además, podríamos percatarnos de que nuestras libertades y calidad de vida han experimentado un deterioro significativo. En la actualidad, nuestra salud es más vulnerable, la educación se ha vuelto más deficiente y la infraestructura de nuestro entorno doméstico presenta mayores niveles de deterioro.

La introspección sincera revelaría no solo la intensificación de la polarización en nuestra sociedad, sino también la creciente sensación de engaño por parte de nuestra pareja gubernamental. Cada día, nos enfrentamos a la ostentación de un traje de democracia que, al examinarlo con sinceridad, se desvela como un mero disfraz que encubre la autocracia latente en las mentes, los corazones y las decisiones de quienes nos gobiernan.

Esta condena persistirá en nuestra búsqueda de bienestar y progreso mientras nuestra sociedad continúe diciendo a los gobernantes: "No eres tú, soy yo." Aceptar la realidad autocrática disfrazada de democracia solo perpetuará la propia privación de derechos y la limitación de nuestras aspiraciones colectivas.

Exsecretario de Seguridad

Fundador de AC Consultores

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