En el presente sexenio, hemos disminuido el índice de mortalidad de las fuerzas armadas, hecho que merece celebrarse. Según información de instancias militares, hasta noviembre del año pasado, 135 elementos militares habrían perdido la vida, lo que arroja un promedio de 27 decesos por año. Aunque esta cifra es menor que la registrada durante los sexenios anteriores, no podemos ignorar el contexto actual en el que se desenvuelven nuestras fuerzas militares.

Cabe señalar que esta reducción del número de decesos se relaciona con la inacción contra el crimen organizado en algunas regiones del país, por la desafortunada estrategia del gobierno federal. Paradójicamente, ante la disminución de bajas en las fuerzas castrenses, hay un aumento sustancial en la pérdida de vidas de ciudadanos producto de la violencia a lo largo y ancho de la República Mexicana.

Es crucial reconocer que los marinos y los soldados también son víctimas de esta estrategia fallida sintetizada en esa frívola frase de “abrazos y no balazos”. Bajo el pretexto de atender las causas y no las consecuencias de la violencia en el país, se ha generado una profunda incertidumbre en cuanto al apoyo institucional hacia los militares. Además del riesgo que implica los enfrentamientos armados, hoy se les obliga a poner, además de la otra mejilla, la dignidad para que cualquier grupo de sujetos de esos del pueblo bueno la pisoteen, y la viralicen manchando como nunca a la persona y la honra patriótica del uniforme que portan.

Este sexenio ha visto cómo las fuerzas armadas han sido sobrecargadas con múltiples responsabilidades, desde la construcción de infraestructuras hasta el control de aduanas sin olvidar la edificación del Tren Maya y otras más. Pareciera que el interés presidencial es mantenerlos ocupados en todo lo que no tenga que ver con la seguridad interior y el apoyo a la seguridad pública. Con toda claridad en julio del 2019 el presidente Andrés Manuel López Obrador lo subrayó “si por mi fuera, yo desaparecería al ejército”. No queda duda que cuando menos con tanta actividad alterna ha ido desapareciendo su naturaleza y la razón constitucional de su existencia.

Otro aspecto que no puede pasarse por alto es la forma en que se ha vulnerado la efigie de respeto de los militares. Imágenes desafortunadas de soldados siendo agredidos por grupos sociales circulan en los medios, dejando una huella de indignidad y debilidad, que no corresponde con la imagen de respeto que estas instituciones han construido durante décadas. La orden presidencial de no confrontar esta violencia solo ha exacerbado esta problemática, generando una percepción de cobardía del ente más poderoso del país en el ánimo de la sociedad mexicana.

Durante años, las fuerzas armadas han sido sinónimo de patriotismo y heroísmo, particularmente en situaciones de protección civil como el Plan DN-III. Sin embargo, en los últimos tiempos, la incorporación masiva de elementos de las fuerzas armadas a la Guardia Nacional ha generado desgastes significativos en su imagen, con múltiples señalamientos de corrupción que amenazan con socavar su prestigio. Un ejemplo alarmante de esta situación es el escándalo en Chetumal, donde un presunto ingeniero militar fue detenido en circunstancias poco claras llevando consigo 800 mil pesos, además de los múltiples y casi diarios escándalos de corrupción de los elementos castrenses comisionados en la guardia nacional.

Los elementos militares forman innegablemente la disciplina en su preparación y desarrollo. Sin embargo, es preocupante observar cómo esta disciplina se ve empañada por una historia de victimización, que encuentra sus raíces en decisiones políticas de su Comandante Supremo que, en su rol de candidato y líder político, los cuestionó y criticó con una feroz aversión.

Es imperativo que la próxima administración asuma el reto de cambiar el rol de las prioridades castrenses y, en todo caso, poner cada cosa en el lugar constitucional que corresponde. G.K. Chesterton escribió que: “el verdadero soldado no lucha porque odia lo que hay delante de él, sino porque ama lo qué hay detrás de él”. Lo que está detrás de cada uno los militares es México y su sociedad, ¿qué pasará si el ejército olvida al país y a sus ciudadanos?

Alberto Capella

Exsecretario de seguridad

Fundador de AC Consultores

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