Después de un proceso electoral se suelen generar diversas interpretaciones de lo que pasó con los votos, quién ganó y quién perdió. Sin embargo, más allá de la contabilidad de los sufragios, en esta ocasión ha surgido una versión que resulta importante revisar. Se dice con facilidad que Morena es el PRI, algunos dicen que se trata del viejo PRI de los años setenta, otros consideran que es la cuarta etapa de ese partido que gobernó la mayor parte del siglo XX mexicano.
El partido oficial que surge en 1929 (PNR), fue el esfuerzo político de reunir líderes regionales a lo largo del país para tener un instrumento de acceso al poder que no estuviera basado en la fuerza de las armas. Fue la versión callista, el entonces jefe máximo. Una década después, 1938, en pleno auge cardenista, ese partido se mudó hacia una nueva versión (PRM), incorporó a las masas organizadas de obreros, campesinos y sectores populares. Una vez que la revolución había pasado sus momentos más rijosos, se puso en el centro el perfil civilista y el desarrollo económico. Con la estabilidad de una figura presidencial que ordenaba la pirámide de ascensos al poder, cambió a PRI.
Las siguientes décadas, con el desarrollo estabilizador y una sociedad que se mudaba del campo a las ciudades y se volvía más plural, el partido administraba su presencia hegemónica, la dirección y la estructura de control y de coerción, propias de un “ogro filantrópico” (Octavio Paz, dixit).
La búsqueda de una transición democrática ha sido larga y ha tenido obstáculos, avances y retrocesos. En el centro de ese proceso estuvo la construcción de un sistema de partidos plural y competitivo. A través de reformas políticas y electorales, se pudo tener un entramado de instituciones electorales y un sistema de partidos para administrar el acceso al poder. Hubo un enorme crecimiento de la competitividad con alternancias en el poder, y múltiples ajustes de un presidencialismo todopoderoso. Después de 1988 el sistema de partidos se configuró en tres grandes partidos y un conjunto variable de pequeñas organizaciones. Poco a poco se le disputó al PRI el poder en todo el país.
La llegada de Morena en 2014, un partido-movimiento, vació al PRD de cuadros, bases y liderazgos. En 2018 el sistema crujió mediante un realineamiento de fuertes dimensiones que dejó a los viejos partidos gobernantes como una oposición derrotada y minoritaria.
Morena y sus aliados gobernarán ahora 22 estados que representan 68% del territorio político. El gobierno de la 4T tiene ya un partido dominante con mayoría absoluta en el Congreso y una Presidencia de la República que ronda alrededor de un 60% de aprobación popular.
Morena no tiene militares regionales posrevolucionarios, ni sectores corporativizados, pero goza de un líder que ha recreado una suerte de hiperpresidencialismo, con contrapesos debilitados, que ha dejado atrás la etapa de gobiernos divididos que tuvimos entre 1997 y 2018. El partido está pegado a su líder y cuenta con una potente maquinaria territorial; reproduce con fidelidad las ideas del presidente y es dominante en la agenda pública y en la capacidad de negociación. También ha logrado rodearse regionalmente de liderazgos políticos que vienen del PRI, como en su tiempo lo hizo el PRD. La principal carta de Morena es el pragmatismo de AMLO, el que pueda ganar (venga de donde venga) se vuelve candidato y punto. Una receta exitosa, pero hueca.
Hoy el sistema de partidos tiene un partido grande, dos partidos medianos (PAN y PRI) y varios pequeños. Los pequeños forman alianzas y coaliciones, porque es el modo más seguro de ir a las elecciones. Las oposiciones también se han vuelto completamente pragmáticas.
A diferencia del PRI en sus épocas de partido hegemónico, Morena se enfrenta a un mercado político mucho más volátil; tiene una dependencia absoluta del líder y fundador, como se vio el domingo en Toluca. Morena succiona al viejo PRI, pero el contexto y el país son completamente diferentes…
Investigador del CIESAS.
@AzizNassif
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