En muchos artículos de análisis y de opinión se ha tratado de responder a la siguiente pregunta: ¿por qué el presidente López Obrador mantiene una alta popularidad, una fuerte aprobación, a pesar de que varias de sus principales políticas tienen un índice mucho menor de aceptación?
Para responder a la pregunta retomo dos artículos complementarios en sus conclusiones. El primer texto es de Rodrigo Castro Cornejo, profesor investigador del CIDE, publicado en Nexos el pasado 24 de mayo: “Está muy mal la situación, pero apruebo el trabajo del presidente. Aprobación presidencial (afectiva) en México”. En este trabajo hay una revisión amplia de varias encuestas que apuntan hacia la brecha entre aprobación presidencial y desaprobación de políticas. Un dato interesante es que los niveles de aprobación de AMLO en su cuarto año de gobierno, son similares a los que tuvieron Zedillo, Fox y Calderón; la excepción en este cuadro fue Peña Nieto, que se desplomó desde muy temprano.
Lo que hace Rodrigo Castro es mostrar que la explicación más importante de esta diferencia no es una ciudadanía mejor informada que analiza las políticas públicas, lo cual se reduce a una minoría; tampoco se encuentra en las diferencias ideológicas entre izquierdas y derechas. No es la variable de la identidad partidista que sale de la confrontación entre la coalición de Morena y la oposición. El autor señala que las bases de apoyo del partido gobernante van a evaluar de mejor forma el desempeño del presidente, respecto a la oposición, pero tampoco es la respuesta. El criterio explicativo, después de un análisis estadístico de regresión, es el siguiente: se trata otro factor, “la polarización afectiva” es lo que hace la diferencia para explicar la brecha entre la aprobación y las políticas.
El otro texto es una investigación en curso que estoy realizando para entender el porqué de la polarización. Hay que salirse del cuadro clásico de la personalidad del presidente, al que se le suele clasificar como una persona que le gusta el pleito y la confrontación. Para eso someto a prueba la siguiente hipótesis: se han escrito ríos de tinta para indignarse o extrañarse, de por qué AMLO se comporta más como el líder de oposición —que fue durante tantos años—, en lugar de asumir su papel como presidente de la República. Considero que las razones de fondo apuntan hacia la brecha que existe entre las grandes promesas de cambio y de transformación, frente a los resultados. Hoy, cuando falta poco más de dos años para concluir el sexenio, los gobiernos se dedican a cerrar sus proyectos, terminar con sus obras y, sobre todo, a preparar la sucesión presidencial.
Si revisamos con cuidado lo que ha pasado con la seguridad pública y la grave situación de violencia que permanece en el país, según cifras oficiales, seguimos con una alta cifra de asesinatos dolosos que no han bajado de forma importante; continuamos en la parte más alta de la curva. Supuestamente, la buena noticia es que no han crecido los asesinatos dolosos. En el sistema de salud no se ha podido levantar cabeza entre varios proyectos, cierre del Seguro Popular, creación del Insabi y ahora IMSS Bienestar. Además, de la “tragedia del desabasto” de medicamentos (Xavier Tello).
La economía no crece y la inflación sigue alta. La relación entre los legisladores del partido gobernante y las oposiciones es cada día más tirante. Todo apunta a que en los próximos años el escenario político de la sucesión presidencial será una intensa y descarnada lucha por el poder. Malas noticias para un país con tanta necesidad de resolver sus graves problemas nacionales.
La brecha entre aceptación y resultados se genera por una polarización “afectiva”, como dice Rodrigo Castro, y la estrategia de polarizar es una defensa frente a los bajos resultados de la 4T. Sin duda, en la parte final del sexenio veremos una polarización más radical, como una estrategia central de AMLO…
Investigador del CIESAS
@AzizNassif
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