Los movimientos sociales han empujado agendas importantes para que el país pueda tener avances civilizatorios. Por ejemplo, el zapatismo logró visibilizar los problemas de los pueblos originarios y sus condiciones de desigualdad; Yo Soy 132 demandó una democratización sobre los medios de comunicación. Hoy, el movimiento feminista impulsa agendas sobre igualdad de género, políticas en contra de la violencia, la discriminación de mujeres, derechos sexuales y reproductivos.
La fuerza del feminismo ha logrado avances en la participación política y social de las mujeres, en la paridad de candidaturas, en la despenalización del aborto (en la CDMX y en Oaxaca). Sin embargo, la violencia criminal, el feminicidio, sigue siendo una terrible condición porque cada día matan a 10 mujeres por el hecho de serlo. Ningún país que se dice democrático puede tolerar esta situación.
En los últimos años el movimiento se ha fortalecido y se ha visibilizado de tal manera que ya no se puede ignorar y, mucho menos, devaluar su importancia. Hace un año el 8 de marzo se hicieron las marchas feministas más grandes en el país. Luego, la pandemia y la cuarentena obligaron a todos a recluirse. A pesar de la crisis de salud, la violencia no disminuyó, sino que aumentó. Este 8 de marzo miles de mujeres regresaron a las calles y relanzaron una protesta llena de creatividad que hizo visible las condiciones inaceptables del feminicidio y la violencia contra las mujeres.
El gobierno de AMLO mandó poner una valla para proteger el Palacio Nacional, y ya vimos en qué terminó. Se logró reconvertir ese muro en un memorial de las miles de mujeres asesinadas y desaparecidas. También se logró hacer del Palacio Nacional una pantalla para proyectar consignas: “un violador no será gobernador”, “México feminicida”, “aborto legal ya”. El día de la marcha muchas mujeres se fueron en contra del muro y lograron derribar una parte, ejercieron violencia en contra de las mujeres policías que estaban detrás. Estas expresiones generan un debate que no tiene conclusiones fáciles. ¿Se justifica esta violencia como respuesta a un Estado incapaz de impartir justicia para las mujeres? Se sabe que la impunidad cubre a los feminicidios y que el Estado, con todas su agencias, ha sido incapaz de enfrentar el problema. La condena a la violencia en contra de las mujeres es amplia y rotunda; la respuesta violenta que ejercen algunos grupos de mujeres en las marchas feministas es cuestionada. Hubo también otras expresiones simbólicas muy destacables, como renombrar calles y perifonear mensajes en contra del pacto patriarcal.
Con el gobierno de la 4T se ha creado una contradicción: lo que debería ser una alianza entre una administración que se dice de izquierda, que quiere transformar al país y cambiar el régimen, y el movimiento social más importante de estos años, se ha convertido en una confrontación absurda. AMLO dice que no sabe qué es el pacto patriarcal que el feminismo le pide romper, y la respuesta es que ha roto el pacto oligárquico. Cuando le dicen que un “violador no será gobernador”, la respuesta es que se trata de politiquería y que el pueblo de Guerrero debe decidir. Cuando llegan los reclamos al Palacio Nacional, dice que los conservadores se han vuelto feministas y han infiltrado el movimiento para atacar a su gobierno. Se necesita empatía porque no basta con decir que su gabinete es paritario; urgen políticas públicas con recursos y no austeridad y recortes que han debilitado la tutela de los derechos que reclama el feminismo, empezando con el derecho a una vida libre de violencia. Los derechos de las mujeres son derechos humanos.
Mientras la oposición partidista está desarticulada y sin proyecto, el movimiento feminista se ha vuelto la oposición más importante, a pesar de que AMLO no quiera entenderlo. Combatir a la pobreza y al patriarcado tienen que ir en la misma dirección. La nueva consigna en la pantalla-palacio dice: “AMLO, date cuenta”…
@AzizNassif