A la memoria de Nacho Marván
A medida que transcurre el gobierno de la 4T y la presidencia de AMLO, se van ampliando las voces críticas, no solo sobre diversas políticas públicas y su falta de resultados, sino sobre el rumbo que ha tomado la democracia. Quizá sea por la cercanía de una nueva sucesión presidencial, o tal vez por los altos niveles de polarización que se registran, pero el debate se ha expresado como una suerte de nostalgia por una transición democrática extraviada.
Los partidos y los intereses que hoy conforman la oposición al gobierno tienen que mantener la crítica y plantear alternativas, es parte del juego democrático. Hay que reconocer que han sido más exitosos en la crítica, porque en las alternativas no han dado pie con bola. En la otra esquina están los que defienden el proyecto de gobierno y reproducen la narrativa presidencial como un mandato incuestionable. Estos dos grandes segmentos de la sociedad y la política llenan casi por completo el espacio público. Quedan algunos resquicios para los que han decidido no entrar al ring de la polarización y ver con distancia qué pasa en el país y cuál puede ser el futuro inmediato.
Me llama la atención lo que ha pasado con los antiguos compañeros del viaje de las causas por las que peleó AMLO; la distancia y la crítica no de los que quedaron fuera, como el grupo de los chuchos que regentea la moribunda franquicia del PRD, sino de los que fundaron esa opción y lucharon por una transición democrática en el país. Me refiero a la Corriente Democrática del PRI, lo que vino con el fraude de 1988 y la creación de un partido amplio de izquierda, que fue la gran confluencia de fuerzas por un México más igualitario y democrático.
En julio se hizo el anuncio de una fundación, Nueva República, encabezada por el incansable Porfirio Muñoz Ledo. Acompañado de varios personajes importantes que hoy habitan un segmento crítico frente a la 4T, estaban Cuauhtémoc Cárdenas, José Woldenberg, Clara Jusidman y Lorena Ruano. Con diferentes argumentos y reclamos, quizá todos en esa mesa compartían con AMLO, hasta hace poco, proyectos y causas, pero hoy se han distanciado, como les ha pasado a muchos otros.
¿Se trata del estilo personal de gobernar de AMLO, como diría Daniel Cosío Villegas? o ¿se ha extraviado la transición democrática y estamos realmente en peligro de una regresión autoritaria? Algunos de los principales reclamos al gobierno de AMLO en materia democrática apuntan hacia la concentración de poder presidencial, el debilitamiento de los contrapesos, la crítica cotidiana a la prensa, e incluso se llega a afirmaciones muy rudas, como la vinculación del gobierno con el crimen organizado, lo cual puede ser una gran provocación mientras no haya pruebas.
Una parte del problema tiene razones estructurales, Morena se volvió en 2018 un partido dominante, por lo cual se debilitaron las oposiciones que sufrieron una enorme derrota de la que no se han podido recuperar. Hay un presidente con un gobierno unificado, como no sucedía desde antes de 1997. Por eso se habla de un regreso al viejo PRI, pero esa es otra discusión. Por lo pronto, tenemos a un partido gobernante que domina electoralmente, controla presupuestos y es la llave de la legislación; tenemos un poder judicial con fuertes signos de debilidad; tenemos un nuevo hiperpresidencialismo, con menos contrapesos. Además, escuchamos diariamente una narrativa de confrontación que polariza y cancela espacios de diálogo y de negociación, que necesitan darse en una democracia. Otro ingrediente es que el discurso oficial no reconoce la transición democrática y sus logros, lo cual resuena en una constante descalificación de las instituciones autónomas que son el garante imperfecto del sistema democrático en materia de elecciones, transparencia, derechos humanos, etc.
En suma, las próximas elecciones en 2023 y 2024 serán claves para entender hasta qué punto se ha extraviado la transición y cuáles serían los desafíos para encarrilarla de nuevo…
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@AzizNassif