Cada vez resulta más importante rescatar la dimensión emocional para entender qué está pasando con los sistemas políticos en el mundo. Quedarnos solo con los elementos racionales no permite comprender muchas de las formas de identidad y de adhesión a proyectos y liderazgos. Tenemos que incorporar las emociones y la subjetividad, para ver qué pasa con las ideologías que generan visiones distorsionadas de la realidad sobre lo que sucede con las decisiones del poder en la esfera pública. El obradorismo no se podría entender sin tomar en cuenta esta dimensión.
Eva Illouz ha trabajado esta perspectiva y el año pasado publicó un interesante libro, La vida emocional del populismo, (Katz, Buenos Aires 2003), que es un estudio sobre los que pasa actualmente en Israel. Desarrolla un modelo que aporta la variable emocional a lo que sucede con los populismos en muchos países. Desarrolla cuatro elementos para ver qué pasa con las emociones y la política: miedo, asco, resentimiento y amor, componentes que golpean a la democracia.
Ahora las democracias no mueren por golpes de estado, sino por una vía lenta que las mata poco a poco, y el “populismo, dice la autora, es una de las formas políticas que adopta esa muerte” (pág. 15). Otros factores que modifican percepciones y visiones de la vida política son los medios y las redes. Estamos ante elementos poderosos que influyen en la vida cotidiana. Según Illouz “las emociones tienen el poder multiforme de negar la evidencia empírica, dar forma a la motivación, desbordar el propio interés y responder a situaciones sociales concretas”, por eso es importante “cartografiar las emociones que sostienen las estructuras sociales y las relaciones de dominación” (pág. 17).
Las emociones en la vida política —muchas veces— pueden estar en contra de los propios intereses de las personas y de los grupos sociales. Así, se entiende por qué liderazgos como el Trump o Bolsonaro, tuvieron apoyo popular a pesar de que tienen proyectos marcadamente antipopulares, en cambio otros que son más benéficos para los sectores más pobres, no tienen el mismo apoyo popular. Se ponen en juego los afectos, como un nivel no cognitivo, que marcan una diferencia importante con las teorías del rational choice, donde se afirma que la gente decide siempre en función de sus mejores intereses. Desde la perspectiva de este libro, son las emocione las que guían nuestras orientaciones políticas. Por supuesto que no se puede hacer una generalización de la tesis y desconocer otros muchos factores que también inciden en nuestras decisiones y percepciones de la vida pública. Los matices son importantes para no caer en una simplificación que cambia la racionalidad por los afectos y cree tener la receta de los populismos actuales.
Otra tesis interesante es la que plantea que el populismo es “una forma (a menudo exitosa) de recodificar el malestar social (…) el despliegue de emociones en la esfera pública invita así a analizar las formas en que las experiencias sociales concretas se enmarcan y recodifican en narrativas públicas que producen un excedente de afectos imaginarios. Las emociones son tanto una respuesta a la realidad como a los objetos imaginados” (pág. 22-23).
No estamos frente a una especulación académica, sino un instrumento que nos permite entender por ejemplo, lo que ha pasado en México con el gobierno de AMLO, que termina en seis días. Muchas veces hemos escuchado que se trata de un político carismático, como lo define Max Weber, y que ha generado una nueva hegemonía, lo cual puede ser cierto, pero se necesitan otros instrumentos para captar cómo todos los días del sexenio se construyó una narrativa envuelta en emociones y afectos que polarizó el debate público, con lo cual el presidente mantuvo una alta aceptación popular que no bajó a pesar de que varias de sus políticas fueron reprobadas.
AMLO es un caso propicio para entender en México el modelo de Eva Illouz, y ver de qué forma el éxito político de la 4T se puede explicar también como un populismo emocional, como una reivindicación que generó una identidad popular poderosa que, hoy por hoy, se ha vuelto hegemónica. ¿Habrá continuidad del obradorismo sin AMLO? ¿Seguirá la emoción por la 4T con Claudia?
Investigador del CIESAS. @AzizNassif