A medida que se acerca la sucesión presidencial el escenario se mueve de forma cada vez más líquida, como diría el sociólogo Bauman. Nos estamos acercando todos los días a un proceso complejo en donde intervienen muchas variables. Por una parte, tenemos la pugna entre los dos bloques que ya se han conformado, el oficialismo y la oposición. Por otra parte, están el dilema entre tener precandidaturas y programas de gobierno. A estos dos factores se puede añadir que hasta el momento sigue vigente la disputa sobre las reglas del juego, el famoso Plan B del que ya hemos hablado en este espacio, y que también tiene complicaciones diversas y genera un panorama cada vez más difícil de entender.

En la parte gubernamental, parece que ya se tiene más resuelto el camino porque estar en el poder ayuda mucho a lograr consensos y más en este momento, en donde hay un presidencialismo recargado con un fuerte liderazgo sin que nadie le dispute el enorme poder que todavía conserva AMLO. Ya se sabe que el método de elección será por encuestas. Además, desde hace meses se ha empezado a medir en encuestas públicas cómo van las ya famosas corcholatas de Morena, lo cual les ha dado mucha visibilidad y los ha posicionado frente a la opinión pública y la ciudadanía, más allá de los militantes y simpatizantes de su propio partido. Además, entre las precandidaturas se mantiene una narrativa, que no sé si llegue a ser ya un programa de gobierno, porque el discurso presidencial galvaniza su narrativa el proyecto de la 4T, con la palabra transformación. Será interesante ver cómo se posicionan Sheinbaum, Ebrard, Adán Augusto y Monreal frente a esa narrativa. Siempre existe el recurso de decir que hay que seguir en el proyecto y profundizar lo que hace falta. Todavía falta que veamos los debates internos en Morena, si es que se llegan a dar, para tener una idea más específica de quién es quién con sus aspiraciones y capacidades.

En el bloque opositor la marea se ha movido y empiezan a multiplicarse los foros, los encuentros y pronunciamientos. Todo indica que la polémica alianza entre PRI, PAN y PRD camina, al menos para los comicios en el Estado de México y en Coahuila. El acuerdo elitista, expresión de la vieja partidocracia que gobernó hasta 2018, ha vuelto a salir a flote, el PRI puso a sus candidatos para los comicios de 2023 y el PAN lo hará para la sucesión presidencial en 2024. Pero el chiquito del grupo ya se inconformó, el PRD protestó y dijo que ellos también tenían fichas, un poco devaluadas, (Mancera y Aureoles). El sol azteca invitó a Beltrones a su plenaria, un político desprestigiado que estaba en retiro y les habló sobre la importancia de los gobiernos de coalición. Pero si a ejemplos vamos, miremos lo que pasa en Chihuahua, donde se podría decir que hay un gobierno de coalición (PAN, PRI y PRD), y los tufos de corrupción han pasado las fronteras de ese estado norteño, cuya gobernadora ha vuelto a tejer su alianza con el duartismo. Otra expresión del bloque opositor es la reciente formación del grupo México Colectivo, que recicla a políticos que estaban un poco al margen de los partidos y emite el documento “Un punto de partida”, con la idea de Jesús Reyes Heroles: primero es el programa y luego la candidatura.

La liquidez del escenario hace que los actores y la lucha por el poder se muevan con mucha incertidumbre. En Morena está la reciente experiencia de Ricardo Mejía Berdeja, que rompió y se lanzó por el PT a buscar la gubernatura en Coahuila. Nadie sabe qué pueda pasar con los inconformes que no ganen la encuesta y que denuncien falta de equidad. En la oposición solo hay una larga lista de aspirantes, pero ninguno con la contundencia o el entusiasmo social para ser una alternativa, quizá con la excepción de Colosio de MC (que sale alto en las encuestas), pero ese partido mantiene la interrogante de ir o no a la alianza opositora.

Tiempos de reacomodo general, con fuertes dosis del reciclaje frente a una sucesión presidencial todavía muy incierta…

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Investigador del CIESAS.
@AzizNassif