El país más grande de América Latina, Brasil, pudo regresar a la senda democrática el 2 de octubre, pero ahora tendrá que esperar a la segunda vuelta para el próximo 30 de octubre. Después de haber vivido un periodo de enormes convulsiones, un golpe parlamentario a la presidenta Dilma Rousseff, luego un gobierno inestable sin apoyo popular y para rematar la llegada de Bolsonaro, es decir, un régimen autocrático con sesgos fascistas, como lo ha definido André Singer, a Brasil le queda la energía de una democracia potente y la memoria de buenos gobiernos democráticos como los de Lula.

Desde su llegada al poder Bolsonaro instrumentó una estrategia gubernamental antipopular y reaccionaria; estuvo apoyado en el congreso por la triple alianza de los sectores más oligárquicos del campo, los grupos evangélicos y pentecostales y los militares, conocidos como las tres B, biblia, buey y bala. Sus orígenes los llevaron a llenar el gobierno de militares; rápidamente desmontó todas las instituciones progresistas del Estado que tutelaban derechos sociales; ha sido una amenaza para la zona amazónica en donde ha generado un daño enorme; agredió a la prensa y al pensamiento crítico en las universidades. Tuvo uno de los desempeños más deficitarios frente a la pandemia de Covid-19; Brasil suma más de 686 mil fallecimientos.

Bolsonaro se rodeó de los grupos conservadores del pentecostalismo, que se han convertido en un factor de poder muy importante. Como nunca promovió que la gente tenga armas para defenderse. En alguna ocasión quiso dar un golpe al poder judicial, al máximo tribunal de justicia, pero no logró consensar la decisión con sus aliados militares. En otro momento montó una protesta afuera del congreso por decisiones con las que no estuvo de acuerdo. Con sus impulsos autoritarios quiso someter a los otros poderes, pero no lo logró. En suma, ha sido un presidente que ha dañado a la democracia.

También montó un gran escándalo con el caso Lava Jato, que le operó el juez Moro, para encarcelar a Lula, quien se pasó 580 días en la cárcel, por lo cual no pudo participar en las elecciones de 2018. Finalmente, a Lula le anularon los cargos y le restituyeron sus derechos políticos. Lula es hoy una esperanza de que Brasil pueda regresar a la senda democrática. Desde antes de las elecciones del 2 de octubre prácticamente todas las encuestas le daban una amplia ventaja al expresidente fundador del Partido de los Trabajadores (PT), 50% vs 36%. Pero, las encuestas subestimaron a Bolsonaro, el resultado se ajustó y Lula llegó al 48%, pero Bolsonaro subió hasta 43%.

En un contexto internacional donde crece la extrema derecha, sobre todo en Europa, en América Latina se da una ola de gobiernos progresistas (Chile, Perú, Colombia, Bolivia, Honduras) y ojalá se pueda sumar Brasil.

La segunda vuelta tendrá un poco menos de un mes para la campaña. El resultado del domingo expresa un país muy polarizado por regiones, Lula gana ampliamente en Recife, Manaos, Leticia y su contrincante gana en Paraná, Sao Paulo y Río de Janeiro. Hay varias acciones que tendrían que pasar para que Brasil pueda recuperar la senda democrática: una alianza potente con los partidos de centro y con otras izquierdas, para formar un gobierno de coalición; un alto nivel de participación y que Lula se vea como una mejor opción de voto útil para sectores que no quieren al PT, pero que consideran peor la reelección de la ultraderecha. Al mismo tiempo, del otro se tendría que enfrentar a la campaña de Bolsonaro de fake news sobre la confiabilidad del sistema electoral; controles estrictos para que el gobierno no haga gastos extraordinarios en la compra del voto popular. Veremos este mes qué tan eficiente resulta Lula en su sexta competencia por la presidencia de Brasil, nadie tiene esa experiencia, pero el monstruo de la ultraderecha está pisándole los talones. Esperemos que Brasil regrese a la senda democrática y deje atrás la autocracia con rasgos fascistas…

Investigador del CIESAS.
@AzizNassif


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