Nervios crispados al máximo. Sábado. Solo faltaban unas horas y los canales de “inteligencia” (antes ellos mismos le decían espionaje) alertaban sobre la movilización que la sociedad civil, esa normalmente callada, compuesta de todas y todos aquellos que de verdad contribuyen con su trabajo, impuestos y empleos al bienestar de México, los que más ocupados andan en ver cómo enfrentar los altos precios para dar de comer a su familia, mantener vivos sus negocios y sortear la inseguridad galopante que andar en política o, como le llama “el ciudadano”, politiquerías, se unían a una voz: “El INE no se toca”.
Crecían los nervios porque en todos los chats de whatsapp, en redes sociales, en conversaciones familiares se escuchaba: “Yo sí voy a la marcha”. Entonces, para contener la marea rosa, surgió la brillante idea: reunámonos. Hay que reventarla. A las 13:00 horas en punto llegaron a una lujosa casa del Condado de Sayavedra. Los convocados, todos poderosos, todos con mando militar, civil o de facto, en representación de quienes reciben abrazos y no balazos. En cuanto estuvo el cónclave listo, el segundo al mando contactó por teléfono ―línea segura por supuesto― a la jefa. Estamos listos, advirtió: “Es Claudia”.
Pocas, pero poderosas palabras: Adelante todo. Pobre, en sus últimos años siempre contra todo lo que en busca de la justicia y la igualdad social aprendió en sus primeros años. Habría que imaginarse a la niña de seis años que vivió el activismo de sus padres en el movimiento estudiantil del 68, a la púber de 12 años que protestó contra la guerra de Vietnam exigiendo la paz mundial, a la bachiller del CCH Sur que luchó emulando a mamá y papá en el movimiento de estudiantes del 86 al 87, a la profesional que se apegó siempre a la ciencia al graduarse de física e ingeniería energética.
Esa Claudia, la que dio la orden de hacer todo por reventar la libertad de expresión y de manifestación de la sociedad civil es lo contrario de la Claudia formada por quienes soñaron con un México más justo y por ende no debiera ser la conductora de la carpa que guarda toda clase de fauna corcholatera, no debiera pagar a diario el precio de ciega obediencia para mantenerse como la corcholata favorita. Al final, lo que ella demuestra en los hechos y no en los dichos, es que a sus principios, los ha hecho añicos la ambición. Quien con lobos anda, a aullar se enseña.
La politiquería intentó superar a la política real, a la que nace de la exigencia ciudadana de que cesen el oprobio y la fuerza para lograr vivir mejor. Afortunadamente, la sociedad civil triunfó. Policía, militares, marinos y líderes de cárteles locales coincidieron ese domingo al rendir su informe: reventar la marcha, por mucho que quisieron someterse al indudable deseo de su majestad tropical en voz de ella, fue imposible. Ojalá la Claudia de hoy recordara a la de ayer; a la que se educó buscando unir, igualar, pacificar. Solo así y no manteniendo su vergonzoso yugo al líder, no intentando tapar la realidad de desilusión y vergüenza que tantos millones que creyeron en ellos tienen hoy, podría -si quisiera- reencontrarse consigo misma.
Por lo pronto, el intento fracasó como fracasará cualquier otro que quiera apagar la voz de los ciudadanos. Dicen que hasta los beneficiarios de los abrazos presidenciales se negaron a participar de esa farsa. Cosas veredes.